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Rubio de bote

Patxi Irurzun

Idiotolecto

IdiotolectoFreepik

Fue en un programa de televisión, no recuerdo cuál, de repente un tertuliano utilizó una palabra extraña que tampoco recuerdo (pudo haber sido “tibulín” o “estrujis”) e inmediatamente se autocorrigió (en realidad, no tenía necesidad de hacerlo, porque normalmente los tertulianos no se escuchan más que a sí mismos). 

“Uy, perdón, esta es una palabra que usamos solo en casa”, dijo. 

Es lo que se denomina idiolecto, el habla particular de una persona o de un grupo familiar o de amigos, una especie de idioma doméstico, con términos propios, que solo quienes pertenecen a ese círculo lingüístico utilizan y comprenden. 

Cuando escuché al tertuliano, pensé en algunas de las palabras de nuestro idiolecto familiar, que es más bien un idiotolecto, porque tendemos a deformar algunas palabras, pronunciándolas deliberadamente mal (por ejemplo, en lugar de decir “tener estrés” decimos “tener exprés”).

Algunas de las palabras estrella de nuestro diccionario propio son: “culiculi”, para referirnos a las marcas blancas de refrescos de cola, y por extensión, de cualquier producto; “esterilizar”, por estilizar (esta nos la apropiamos de una dependienta de una tienda de ropa, que dijo a mi madre que determinada prenda la “esterilizaba” mucho y le hacía un “entorno” muy bonito); y tenemos también un amplio vocabulario adoptado de cuando los niños eran pequeños y hablaban con lengua de trapo: “recatera”, por “carretera”, “el lanintendo”, por “la Nintendo”, y, al contrario, “la saña”, por “la lasaña”, etc. Una que me gusta mucho es una ultracorrección que hizo mi hija cuando comenzaba a leer: “egnomo”, por “gnomo” (es decir, ella hizo lo que tenía que hacer, leer lo que ponía; a partir de entonces en nuestra casa David el gnomo es David el Egnomo)...

Todos tenemos uno o varios idiolectos, y es divertido hablarlos. El riesgo que se corre con ellos es que pueda sucedernos lo que al tertuliano, que de tanto emplear de una manera doméstica algunas expresiones o algunos usos incorrectos, acabemos por darlos por correctos, empleándolos también fuera de su ámbito familiar. Que acabemos diciendo “tibulín” o “tener exprés” en público.  

La moraleja es que eso es algo que se puede trasladar de la lingüística al terreno de las ideas o las costumbres, por ejemplo, que si en nuestra casa es costumbre dar un soplamocos a alguien cada vez que, no sé, estornude, acabemos creyendo que eso es lo normal o lo correcto y lo hagamos también fuera de casa con algún extraño; o que si escuchamos de manera repetida (en casa, en la televisión, o en X) que los emigrantes son delincuentes o los partidos de ultraderecha democráticos, terminemos aceptando como válidas esas ideas falsas, es decir, esos idiotolectos.