Si todo lo que va mal es susceptible de empeorar, empeora siempre. El genocidio continúa en Gaza, ahora en el Norte. Israel obliga al desplazamiento forzoso y la limpieza étnica de cientos de miles de palestinos mientras somete a la zona al cerco total –ni alimentos ni medicinas–, amenaza a los profesionales sanitarios si no cierran los hospitales y sigue asesinando cada día impunemente a civiles, mujeres y niñas y niños.
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La propia ministra de Igualdad Social del Gobierno de Netanyahu lo asume alto y claro y sin vergüenza alguna: “Yo personalmente estoy orgullosa del holocausto en Gaza, dentro de 80 años nuestros hijos estará orgullos de lo que hacen los judíos ahora”. A las cosas por su nombre. A un holocausto se le llama holocausto, porque no pasa ni pasará nada. En todo caso, más guerra, más violencia, más masacres. Netanyahu amenaza a las Fuerzas de Paz de la ONU en el sur del Líbano y exige su retirada de la zona. Han sido heridos ya cinco soldados, pero antes o después llegarán también los muertos. Tampoco ha pasado nada más allá de las inútiles notas de protesta y exigencias de que se detengan los ataques de la ONU y de la treintena de países que tienen tropas en ese despliegue. Un contingente de 10.000 cascos azules ordenado por el Consejo de Seguridad de la ONU y presente desde 2006, ahora bajo el mando del general español Aroldo Lázaro, en el que participan también 680 miembros del Ejército. No ha servido de mucho en el tiempo que lleva allí ni está sirviendo ahora para frenar los bombardeos de Israel contra la población civil del Líbano ni para detener los combates entre Israel y Hizbulah. Se trata de echar a la Fuerza de Paz de la llamada línea azul entre Israel y Líbano y eliminar un testigo molesto de lo que pueda ocurrir allí. Ya lo han hecho con los corresponsales internacionales de prensa y con los periodistas palestinos que aún siguen trabajando sobre el terreno y de los que más de 160 han sido asesinados.
El ataque del Ejército israelí a la fuerza de paz de la ONU viola la legalidad internacional una vez más, pero del rechazo y malestar institucional internacional no tienen ya efecto alguno en un lugar en el que no hay reglas de guerra, ni legalidad, ni fuerzas de paz que se tengan en cuenta. De hecho, pese a la amplia presencia e importancia de militares españoles en esas tropas ni la ministra de Defensa, Margarita Robles, ni el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, han dicho nada. Es cierto que las misiones de paz que ha gestionado la ONU en su historia –hoy hay once de ellas en conflictos por todo el mundo–, acumulan más fracasos que éxitos y todo apunta que en este caso sumará otro fracaso.
El último movimiento anunciado por EEUU de enviar tropas propias supone su entrada en la guerra y apunta a una confrontación bélica abierta con Irán con todas las imprevisibles consecuencias que se puedan derivar para el mundo. La UE ni ha estado, ni está ni se le espera. Pero antes que después acabará afectando también al bienestar y seguridad en que permanece plácidamente instalada Europa. Escribo estas letras desde la mayor desmoralización y una inmensa tristeza por los palestinos, israelíes o libaneses por supuesto, pero también por nosotros y nosotras, porque no veo luz alguna y sí profundas tinieblas por delante.