Entro en la web del Navarra Arena y veo que están agotadas las entradas para el concierto que Joaquín Sabina dará el 21 de junio sábado, en la que será –se supone– su gira de despedida de los escenarios a los 76 años. Dos días antes, el 19 jueves, también actúa en el Navarra Arena, pero solo quedan entradas de pista, a 100 y 120 euros la entrada, porque las de grada –entre 57 y 88– están agotadas y las también de pista de 135, que son las 12 primeras filas.

No es que quisiera ver a Sabina, puesto que ya lo vi y disfruté en su día tres o cuatro veces entre los años 90 y primeros 2000, pero sí pedorrear el precio de las entradas y, la verdad, te quedas pasmao. Sin entrar a valorar al músico o al personaje, que no es la cuestión, te quedas pasmao de los precios de los conciertos. Ya eran caros hace 5 años, cuando vino mi idolatrado Dylan, pero es que desde la pandemia se ha ido de las manos por completo el asunto de poder ver a precios medio normales a estrellas locales o mundiales de la música, con reventas además que no hacen sino encarecer las opciones que hay de poder coger entradas.

135 euros por ver a Sabina en primeras filas –no quiero ni saber qué costará ver a Springsteen en San Sebastián en verano en primeras filas– es una auténtica barbaridad y un atraco a mano armada, me da igual que quien lo ejecute sea el artista, la promotora, el organizador o todos ellos juntos.

Puedo comprender que el negocio de la música en cuanto a venta de discos está prácticamente arrasado y que hay que encarecer algo los directos, pero es que algunos y algunas directamente se han tomado tan en serio la cuestión que ver medio en condiciones un concierto de gente medio élite no te baja de los 80 euros, lo que es una completa barbaridad. Lo curioso del caso es que los conciertos así tipo a este y similares, muchos, se siguen llenando, así que pasta, haber, hay.