Los Caídos no se tiran, se resignifican. La noticia a pocos habrá pillado de sorpresa, estábamos avisados. El pacto de gobierno que llevó a la alcaldía de Pamplona a Joseba Asirón hablaba de “diseñar una alternativa” al respecto. Podía significar cualquier cosa, pero cualquier buen entendedor entendía que se descartaba ya el derribo. Se entiende el enfado de muchos de los allegados de las víctimas del franquismo y de las asociaciones memorialistas.

Es duro admitir que es lo que hay. El PSN ya había dejado claro que no quería ver martillos picadores trabajando por donde la Plaza de la Libertad y para Geroa Bai la cuestión de los Caídos nunca ha constituido una línea roja. El que peor lo tenía para vendérselo a su gente era EH-Bildu, el que más concejales ha sumado al actual acuerdo. Parece, no obstante, que los votantes de la formación abertzale ya tienen el máster hecho en realpolitik y correlación de fuerzas, y han aprendido a distinguir entre lo deseable y lo posible, no sólo en materia de euskera. Así que Contigo Zurekin, parte del gobierno municipal pamplonés pero excluido del acuerdo, se queda cómodamente solo con su apuesta por la demolición, mientras UPN y PP consideran lo firmado por la mayoría de la representación pamplonesa “sectario y excluyente”. Por lo visto el actual edificio no lo era. No sé.

Si en algún momento nos hubieran sometido a una consulta pública sobre el tema, yo y muchos como yo habríamos votado sin duda por la voladura, incluso incontrolada, del ilustre mamotreto. Una pequeña compensación moral en forma de escombros por todos los años que llevamos sometiendo a nuestros ojos a la humillación de su vista. Como ya creíamos que nos íbamos a morir sin que nada ni nadie nos ahorrara un milímetro de su siniestra sombra, pues a lo mejor ni tan mal. Si es que efectivamente se acaba haciendo todo lo que dice el acuerdo, que tampoco está tan fácil.