Es posible que haya jóvenes lectoras y lectoras de estas letras que no lo sepan, pero no hay día, ni semana, ni mes, ni año que no tenga sus casos de corrupción. En España es un escenario habitual siglo a siglo desde tiempos atrás. El rastro de miseria moral que deja la historia del esperpento de la política española se puede visualizar desde la Luna. Estamos inmersos en una sucesión vertiginosa de casos. El tal Koldo, el ex ministro Ábalos, reaparece Zaplana, la incompetencia de Mazón, el también tal Gómez Amador, el novio de Ayuso que se declaró defraudador fiscal en un caso de comisiones por la compra de mascarillas y ahora pretende tumbar de paso al Fiscal General, otro tal Aldama, que acumula un largo historial de andanzas con el PP cercanas a casos como Gürtel, fotos con Rajoy –a M.Rajoy aún no lo han localizado las fuerzas de seguridad–, y fotos con banderas franquistas que al parecer ha navegado también más allá de los límites de la legalidad cerca del PSOE y tira del ventilador de la porquería como estrategia de defensa, o el confuso caso Begoña en un barullo político, policial, mediático y judicial en que saltan jueces y periodistas una semana y otra al estrellato antes de que el tiempo los acabe estrellando a ellos también.

Un ecosistema en el que se mezclan en cenas y comidas y en reservados políticos, jueces, comisionistas, conseguidores, corruptores y corruptos, tramas policiales, filtraciones desde los mismos tribunales, espionaje de las cloacas, grupos ultras aprovechando la acusación particular que siempre acaban llevando los casos a jueces afines, periodistas y asesores de políticos que han fundamentado su carrera en la mentira, los bulos y el todo vale.

El imperio de la impunidad en el que nadie acaba asumiendo responsabilidades porque nadie juzga al juez ni nadie vigila al vigilante. Pero lo que sucede ahora va más allá de la corrupción. Hay desde hace años una estrategia diseñada para saltarse la división de poderes y los procedimientos legislativos democráticos y agitar el discurso político que devalúa el Estado de Derecho. Esa llamada constante de Aznar, un mentiroso compulsivo de libro, –con la colaboración inestimable de otros mentirosos compulsivos como González y su peña de viejas glorias políticas y sindicales–, a la algarada y el golpismo antidemocráticos, el ya famoso el que pueda hacer, que haga. La inestimable aportación clasista y contraria a la democracia y la Constitución del juez Eloy Velasco, viejo conocido de este país por sus penosas actuaciones judiciales al amparo de la Audiencia Nacional, son el último ejemplo de todo ese tinglado. Si no hay golpe de estado como tal –se lleva mal eso en la UE del siglo XXI como acaba de comprobar el PP en su patético intento de tumbar el nombramiento de Teresa Ribera como vicepresidenta de la Comisión Europea–, es evidente que hay un golpismo mediático, judicial, policial, político... contra la actual mayoría democrática que prefiere desestabilizar la propia democracia y sus instituciones que perder el control del Estado. Ese submundo del Estado oscuro que conforma un espacio paralelo de poder que supone una peligrosa anulación de la ética constitutiva de la democracia. Si no hay una reacción contundente, empezando por el propio Gobierno, la degeneración democrática será cada vez más irreversible.