¿Quién no se tambalea un poco, de vez en cuando? ¿Quién no hace un mal giro? ¿Quién no pisa mal, alguna vez? Todos lo hacemos. Pisar mal, tambalearnos, tropezar. Es inevitable. La vida es eso, Lutxo. Yo, precisamente ayer, me di un golpetazo terrible en la rodilla con la esquina de la escalera, subiendo a oscuras por la noche, tratando de alumbrarme de mala manera con la pantalla del móvil. Y pensé: ya no soy el que era. Qué gracia: le dije a Ixa que ya no soy el que era y me contestó que nunca lo fui. Pero bromeaba. Y lo sabe. El caso es que ando cojo, Lutxo, viejo amigo.
Me duele una barbaridad: tengo que pensar cada paso y andar más bien lento, le digo. Y Lucho, que últimamente está muy suspicaz con el tema de la justicia, la judicatura y la jurisprudencia, me suelta: No estarás tratando de insinuar que la justicia española se tambalea o que los jueces cojean, o van lentos, o algo así, ¿no? Y le digo: Yo no insinúo nada, salvo que todos nos tambaleamos alguna vez. Ahora bien, si algo se tambalea siempre y en todo momento es la justicia, Lutxo. Si algo hay más largo que la noche de los tiempos, viejo y reseco endriago de los páramos, es la sed de justicia.
Echa un vistazo al mundo de hoy, si eres capaz de soportarlo, y dime: ¿Te gustan sus jueces? Son humanos todos ellos. Atrapados en sus laberintos y nerviosos por mil afanes. ¿Acaso te parecen sabios, ponderados e imparciales los jueces de este mundo? La justicia siempre está en cuestión y es mejorable. Que la administración de la justicia suponga un poder, parece inevitable. Que sea independiente, no hay quien se lo crea. Eso, en todo caso, será un desiderátum. Un ideal. Ahora bien, no nos queda otro remedio que confiar en la justicia que hay. La que toca en cada momento. El mundo de ahora se está endureciendo y yo me temo que la justicia hace lo mismo, le digo. Y me suelta: La pantalla no alumbra nada, yo pondría la linterna si no te quieres destrozar la otra rodilla.