La memoria familiar de la pamplonesa familia Múgica no se ha olvidado de su antepasado Remigio. Más aún, conserva bien el recuerdo del músico, que se remonta hasta su más temprana juventud, cuando todavía residía en su pueblo natal, Bergara. Según dicha tradición familiar, el 30 de junio de 1888 se celebraba la romería de San Marcial, cuando el tío Pedro Mari Múgica compareció apremiante, con un periódico bajo el brazo. En él se daba cuenta de la convocatoria de una plaza de tenor para la catedral de Pamplona, y al leerlo se había acordado inmediatamente de la excelente voz de su sobrino. Al día siguiente Remigio cogía el tren para Iruñea, junto con su tío sacerdote, Isidro Múgica, el mismo cura que 9 años más tarde acompañaría hasta el cadalso al anarquista italiano Michele Angiolillo, donde el garrote vil le esperaba, condenado por haber asesinado al presidente del gobierno, Antonio Cánovas del Castillo.

Remigio Nació el 30 de septiembre de 1866, fue bautizado en la parroquia de San Pedro de Ariznoa, y una placa colocada en el nº 44 de la calle Barrenkalea de Bergara marca hoy el domicilio familiar de su infancia. Era el tercero de los hijos habidos en el matrimonio compuesto por la oñatiarra Juana Múgica Lombide y Antero Múgica Muguruza, que figuraba como concejal en Bergara en el año 1876, a pesar de que según las crónicas familiares era un humilde peón de fábrica. Y hay que aclarar además que, aunque madre y padre tenían el mismo apellido, no tenían parentesco alguno. Los Múgica paternos descendían de la propia Bergara, mientras que la familia materna provenía de la también guipuzcoana localidad de Ataun, fronteriza con Navarra, donde sus ancestros habían vivido al menos desde 1727, contándose entre ellos algún antepasado común con Aita Barandiaran.

Volviendo al tema que nos ocupa, sobra decir que Remigio Múgica ganó la plaza de tenor de la catedral de Pamplona. El inolvidable escritor pamplonés José María Baroga refería que llegó a conocer, hacia 1958, a un pamplonés octogenario que había cantado de niño con Remigio, y que se emocionaba aún al recordar la prodigiosa voz de tenor del bergararra. Y afirmaba que en 1889, con motivo del entierro de Julián Gayarre, Remigio cantó un solo de tenor y los presentes creyeron por un momento estar oyendo al fallecido genio roncalés. A pesar de ello, su trayectoria profesional estaría más bien ligada a la dirección coral que al canto, ya que en 1891 se hizo cargo de un languidecido y decrépito Orfeón Pamplonés.

Aunque a menudo se le presenta como tal, Remigio Múgica no fue, en sentido estricto al menos, el verdadero fundador del Orfeón, puesto que ya en el año 1865 Conrado García había creado un primer coro, cuyo director fue Joaquín Maya. La guerra carlista de 1872-1876 cortó la trayectoria de aquel primer orfeón, y sendos intentos por resucitarlo, en 1881 y 1890, fracasaron estrepitosamente. Es en este contexto cuando, a sus 25 años, un jovencísimo Remigio Múgica coge el testigo y refunda el coro. Ya en su primera aparición pública, celebrada en Bilbao en 1892, venció ¡en todas! las categorías en las que participó. Y muy pocos meses después triunfaría en la apoteósica celebración de la “Gamazada” foralista, interpretando el “Gernikako Arbola”. Fue director del orfeón durante nada menos que 56 años, y en el momento de su retirada, en el año 1948, había conseguido elevarlo a las mayores cotas de calidad, prestigio y éxitos de su historia. Partiendo de la nada, las estanterías de la antigua sede en la calle Ansoleaga se llenaron de galardones nacionales e internacionales, situándolo en la élite musical europea. Precisamente por ello, en 1906, el coro fue seleccionado para cantar en la boda real de Alfonso XIII, y el mismísimo maestro Ravel (ya saben, el del bolero...) quiso en 1928 coger prestada la batuta de don Remigio para dirigir la ejecución de tres de sus propias obras.

Remigio se convirtió en parte habitual del paisaje cotidiano de la Pamplona de la primera mitad del siglo XX, en cuya sociedad se integró a la perfección, llegando con los años a convertirse en una persona conocidísima, querida y admirada. Se casó con una joven navarra, Juana Gorricho Lorca, natural de Bidaurreta, y tuvo con ella nueve hijos, todos ellos navarros. Y cuando resolvió incorporar voces femeninas al Orfeón, una decisión avanzada y valiente en la pacata sociedad pamplonesa de la época, predicó con el ejemplo incluyendo a dos de sus hijas, Juana y Ángeles, entre aquellas mujeres pioneras.

Sería precisamente Ángeles Múgica Gorricho, la tercera de las hijas del músico, quien nos contara, hace ya muchos años, algunos aspectos personales del carácter de su padre. Así, sabemos que era un enamorado del euskara, y que no perdía ocasión de emplearlo, hasta el punto de que era la lengua que empleaba de inicio para dirigirse a los niños e incluso a las mascotas. En una carta dirigida en 1897 a otro gran euskaldun, Resurrección María de Azcue, Remigio se quejaba precisamente de aquellos “castellanos” navarros “que aborrecen el vascuence”. Sabemos que era persona metódica en los horarios y que, aunque le había gustado mucho jugar a pelota, se aficionó sobremanera a Osasuna. Era muy poco ambicioso en lo económico, y rechazó una suculenta oferta de la multinacional farmacéutica Bayer para dirigir sus intereses en el norte de la Península Ibérica. También gracias a Ángeles sabemos que, cuando en 1906 el Orfeón Pamplonés cantó en la boda de Alfonso XIII, los orfeonistas se encontraban en la calle entre la gente que contemplaba el paso del cortejo nupcial. Como es sabido, fue entonces cuando el anarquista Mateo Morral lanzó una bomba escondida dentro de un ramo de flores, matando a 24 personas entre miembros del séquito y público. Por lo visto la bomba tropezó al caer con los cables del tendido eléctrico del tranvía, desviándose, y según contaba la hija de Remigio, ello no solo salvó al rey y la reina, sino también a algunos miembros del orfeón.

Si en algo coinciden todos quienes le conocieron, incluidos algunos de sus nietos, es en describir al músico bergararra como una persona de carácter extraordinariamente cordial y afable, incapaz de tener un mal gesto con nadie. Falleció a la avanzada edad de 91 años, en su domicilio de la calle de la Navarrería 12, 3º derecha, acostado en la cama y rodeado de todos sus familiares. Según pudimos leer en la prensa de la época, murió saludando a todos con la mano, extremo que nos confirmó personalmente su hija Ángeles, y sus últimas palabras fueron “ahora me voy a cantar al cielo”. Y he aquí un hecho ciertamente significativo puesto que, tras ejercer de director coral durante 56 años, en el momento final don Remigio Múgica se acordó del joven tenor que setenta años antes llegaba a Pamplona... para cantar. El maestro Múgica fue padre y abuelo de orfeonistas, y pasado un siglo largo desde que refundara el orfeón, todavía canta en él alguno de sus tataranietos. Y es que don Remigio Múgica es antepasado de buena parte de los pamploneses que llevan tal apellido hoy en la vieja Iruñea, entre los cuales se incluye quien estas líneas escribe, como nieto de Ángeles Múgica. ¡Salud pues, bisabuelo...!