Pamplona es una ciudad previsible. El calendario tiene numerosas fechas señaladas en rojo en las que sus vecinos acuden en masa al casco histórico de la ciudad, que es un atrayente imán para el ocio. Estos desplazamientos multitudinarios hacia el centro se hacen cada vez más en transporte público y a pie –las distancias posibilitan el paseo–, pero también proliferan quienes deben hacerlo en vehículos a motor por diferentes motivos incluidos los laborales. Y cuando somos muchos los que vamos a la vez hacia el mismo sitio, el tráfico se colapsa. Es de una lógica aplastante. Lo que carece, sin embargo, de cualquier lógica es que en estas situaciones, en las que se sabe de antemano que la circulación va a complicarse, no aparezca ni un solo agente de la Policía Municipal. Ha ocurrido este pasado fin de semana, se repetía este lunes y volverá a pasar estos días de Navidad si no se hace nada por remediarlo. El viernes al mediodía atravesar la Baja Navarra costaba aproximadamente 40 minutos, con el trastorno que eso implica a todos los niveles. El atasco, propio de gran capital, se supone que lo presenciaron desde la sede de Seguridad Ciudadana, donde hay cámaras de sobra para conocer el caos, pero parece que nadie movió un dedo para tratar de paliar un colapso evitable o al menos suavizarlo. Incomprensible.
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