“Coyones y dinamita”. Ese fue el grito de la revolución de octubre de 1934, el asalto rebelde a los cuarteles en la zona minera de Asturias, donde prendió la mecha insurgente.

Ideada por el PSOE y liderada la acción por la Alianza Obrera que componían UGT y la CNT, la insurrección era la respuesta por la incorporación de ministros de la CEDA (la derecha católica española) en el gobierno español y la posterior represión de los sindicalistas.

El movimiento alzó la voz con la llamada a la huelga general el 5 de octubre de 1934. La reacción del gobierno liderado Lerroux fue implacable e inmisericorde. El ejército envió a las tropas africanas que dirigió Franco para fulminar la protesta despiadadamente.

La revolución, aplastada en dos semanas, dejó miles de muertos y encarcelados. Aunque fracasada, la Revolución Asturiana alcanzó la categoría de mito entre socialistas y anarquistas.

Ese estallido de furia, de mecha corta, de incendio, horadó la Vuelta, que bajó a la mina para excavar túneles entre barrenadores y detonaciones. Un polvorín en apenas 134 kilómetros que estallaba en La Farrapona tras cebar la carga en San Lorenzo.

Esprint entre Almeida y Vingegaard. Efe

En ese escenario de rompe y rasga sobresalió Marc Soler, un iconoclasta, un tipo que adora el brutalismo y correr a su aire. Anárquico, el catalán, que fue segundo en la misma cima tras Gaudu en 2020, se encumbró atado a su manual de estilo.

Se infiltró en una fuga codiciosa y se lanzó al triunfo a zapatazos. El catalán conocía cada palmo de La Farrapona, una ascensión dura, exigente y espesa, donde empataron Vingegaard y Almeida. El episodio se cerró con un esprint agónico que le concedió un par de segundos al danés por la bonificación.

Séptima del UAE

El líder aventaja en 48 segundos al luso, que le amenaza, protegido por un equipo que no deja de ganar. Estrategia de tierra quemada. Descorchó el UAE su séptima victoria en 14 días de competición, si bien en Bilbao no hubo ganador. Una barbaridad. Media Vuelta le pertenece.

“Es inexplicable”, dijo Soler, que se reconcilió con el paisaje que le apenó cinco años atrás. La Farrapona concedió a la escuadra emiratí su 80º laurel del curso.

Tenía razón Ayuso cuando dijo aquello de la dictadura respecto a su equipo. La es la del UAE, que se impone dónde y cuándo quiere. De momento, solo se le resiste el liderato de la carrera.

Lo viste Vingegaard, que escapa a duras penas de ese control asfixiante y férreo tras el combate en las alturas de Asturias. Nada se alteró en una montaña que boxeó los rostros de los ciclistas. El muro invisible, el viento de cara, saboteó cualquier iniciativa. Eolo empujó a la prudencia.

Vingegaard rueda durante la etapa con el maillot de líder. Efe

Solo Hindley se desmarcó para arañar a Pidcock 10 segundos al final en un día que olía a pólvora que no prendió. El danés y el portugués hombrean por la Vuelta en una baldosa, en un duelo claustrofóbico. La corriente en las estancias del poder es nula. Siempre huele a cerrado.

La jornada amaneció en Avilés con las protestas en contra del genocidio que está perpetrando Israel en Gaza.

Los manifestantes, solidarios con el sufrimiento del pueblo palestino, presionan sin desmayo contra el Israel, el equipo que bendice el siniestro Netanyahu. La formación es una embajada del sionismo.

El Israel borra el nombre

Frente a una presión que no decrece, que elevó la voz en Asturias, la estructura israelí decidió borrar el nombre del país del maillot del equipo. La víspera decían que eso jamás ocurriría, pero la animadversión hacia la formación es cada vez mayor. En la Vuelta, el Israel no tiene cabida.

Acalorado el ambiente, se compuso una fuga ventruda, de numerosos dorsales. En la Vuelta las escapadas son un mosaico, un pandemónium que reúne a muchos en una miscelánea de intereses, pero que premian al UAE, amo y señor.

Se conformó un mini pelotón ante la despreocupación del Visma, encantado con perpetuar ese modelo para no tener que arar la tierra. La única preocupación de Vingegaard es Almeida, que en el Angliru le asomó al abismo. Le situó ante el espejo del dolor.

Los fugados respiraban libertad, aunque el aire era denso, preso de los puños del bochorno, hijo del viento sur. El cielo era un lienzo azul que había desalojado cualquier nube, de asueto el fin de semana.

Gobernaba el sol, duro, cáustico, en una mecedora que miraba con condescendencia el esfuerzo por vías secundarias y bamboleantes que deletreaban un paisaje verde, pero no plácido.

Vuelta a España


Decimocuarta etapa

1. Marc Soler (UAE) 3h48:22

2. Jonas Vingegaard (Visma) a 39’’

3. Joao Almeida (UAE) m.t.

4. Jai Hindley (Red Bull) a 43’’

5. Felix Gall (Decathlon) a 48’’

6. Giulio Pellizzari (Red Bull) a 53’’

7. Matthew Riccitello (IPT) m.t.

80. Markel Beloki (Education First) a 28:38

81. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) m.t.

89. Mikel Landa (Soudal) m.t.


General

1. Jonas Vingegaard (Visma) 53h19:49

2. Joao Almeida (UAE) a 48’’

3. Tom Pidcock (Q 36.5) a 2:38

4. Jai Hindley (Red Bull) a 3:10

5. Felix Gall (Decathlon) a 3:30

6. Giulio Pellizzari (Red Bull) a 4:21

7. Matthew Riccitello (IPT) a 4:53

30. Mikel Landa (Soudal) a 1h04:38

48. Markel Beloki (Educ. First) a 1h31:59

141. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 3h10:40

El paraíso natural de Asturias era un recorrido sin resuello. En el Tenebro, que oficiaba el posterior asalto a San Lorenzo y La Farrapona, la fuga era una reunión amigable, colaborando unos con los otros con el espíritu del cooperativismo.

En San Lorenzo, 10 kilómetros al 8,6%, el muro de la prosa fue desvirtuando el toque alegre. El puerto se encargó de la selección natural. La inmutable ley de la gravedad, siempre dispuesta a evidenciarse.

En la ascensión, cambió de guardia el pelotón. El UAE desplegó su abanico de estrellas para quitarle el bastón del mando al Visma. Los porteadores de Almeida buscaban elevar los decibelios. Pusieron en marcha la fábrica de vatios a modo de un ciempiés. Todos al servicio de Almeida. Vingegaard se colgó de esa nueva configuración, atento a la maniobra de sus rivales.

El dolor de Landa

A Mikel Landa, vapuleada la espalda que le pellizca sufrimiento, se le abrieron las costuras. El de Murgia tiene el juego de piernas, pero le cruje demasiado el dolor lumbar. Egan Bernal, otrora campeón del Tour y del Giro, pero lejos de quién fue tras el terrible accidente que padeció cuando entrenaba años atrás, apenas gateaba en una corbata de asfalto que asfixiaba cada vez más.

Ayuso, por vez primera peón de Almeida, y Vine, el rey de la montaña, encarecieron el ritmo. Ciccone se emborronó, difuso. Aplanado. Sin eco. El alicantino descartó a muchos. Se acumulaba la fatiga, las termitas que van lijando las fuerzas, que roen.

Las rampas, duras, continuadas, empinaban el esfuerzo para avanzar. En la fuga, diezmada, aleteó Shaw, que se entregó al descenso, pero no prosperó.

Ayuso siguió tensando la cuerda para enfilar el grupo. Vingegaard solo tenía ojos para Almeida. El UAE y el Visma se pesaban en la balanza camino de La Farrapona, una montaña carente de diplomacia.

Los porteadores de Almeida derribaron la puerta con el ariete de la ambición. Ayuso se apartó del frente. Marc Soler, segundo en la cumbre asturiana hace un lustro, surgió de la fuga.

Protestas contra el Israel. Efe

Balas de fogueo

Staune-Mittet trató de encolarse al catalán, que le reventó varios planos después con ese estilo suyo heredero del brutalismo que sobresalía entre rocas cortadas, repletas de aristas, en el desfiladero de La Farrapona. Soler se subrayaba en el frente y el UAE disponía la lanzadera para el despegue de Almeida quemando cartuchos de fogueo.

El portugués tomó un sorbo de agua. Vingegaard mordió una barrita energética. Una lucha al detalle a medida que las laderas despellejaban los árboles. Grossschartner fue el último muelle para Almeida, que no era el del Angliru. El líder respiraba a su espalda.

Resistían Hindley, Pidcock, Gall, Kuss, Pellizzari… en rampas constantes, con el viento achatando las narices y las rectas sin fin. Plomizas las piernas. Hindley y Pellizzari descartaron la táctica del UAE para descomponer a Pidcock.

Nadie se movía en una montaña que dibujaba un formidable zigzag. Las herraduras no daban buena suerte y las rectas que le seguían era un paso de Semana Santa.

Más aún cuando algunos aficionadas sin cultura ciclista molestaban. Almeida tuvo que lanzar un manotazo a un entusiasta. Fue el único golpe que hubo tras la llamada a la rebelión de Soler. "Coyones y dinamita".