Hay una habitación en el cielo en la que se juntan los amigos. Si no no le veo sentido a todo lo demás. No le veo sentido a que Cruz se haya visto obligado en apenas tres meses crueles a abandonar sus sueños, a su amor Silvia, a su padre Cruz, a su madre Mari Carmen, a sus hermanos Miguel, Josemari y Raquel, a sus cuñadas, sobrinos y sobrinas, primos, tíos, tías, amigos de mil sitios.

Su cuadrilla, nosotros, que somos sus amigos desde 1978 o 1980 o poco más tarde, hace medio siglo, sentimos una impotencia difícil de explicar. Y una tristeza que nos come. Por cómo habrá vivido él en su interior este drama, por cómo llevarán los suyos el vacío, por la injusticia de todo esto. Siempre se suele decir que se van los mejores. En el caso de Cruz Urabayen Alberdi esto es mentira. Se queda muy corto. No solo era el mejor de nosotros, sino que era el mejor en kilómetros a la redonda.

Fiel, atento, noble, como si se hubiera caído en la marmita de la honestidad de pequeño, juerguista tranquilo, trabajador, cumplidor, no había persona de Estella para abajo hasta su querido Los Arcos que si la mencionabas no la conociese. Cómo quería a Los Arcos. Guardaremos toda la vida en el corazón las comidas en la huerta y aquellos días. Tantos y tantos días, qué dolor. No se me ocurre una sola vez que me medio enfadara con él en 47 años. Y no se me ocurre ninguna en la que se medio enfadaran alguno de los demás. Cuchillo, la hostia, qué pena, qué pronto, qué fiestas con Txutxin vais a montar, madre santa qué tristeza.

Para mí mis amigos tienen 53 años, pero yo me sigo acordando de ellos cuando íbamos en pantaloneta al colegio. Hemos tenido los mismos miedos, crecido a la par, conocido el mundo juntos, amado, reído y llorado a la vez. Para mí es como si fuésemos aún niños pequeños. Cruz se va y solo puedo darle las gracias por su maravillosa amistad. Cuida de los tuyos, Cuchu. Te querremos hasta el final.