Alguna vez les habré comentado que a veces me suceden kalamazoos y los tomo por señales. Un kalamazoo es una coincidencia suficientemente sorprendente y debe su nombre a que descubrí su existencia porque me vino la palabra y al día siguiente la vi escrita en un libro. No sería un kalamazoo, término lógico en este caso, ni siquiera una coincidencia, si se hubiera tratado de Bilbao o Sevilla, me explico.

A lo que voy, estos días he tenido uno. Si ustedes se ocupan de la ropa en su casa sabrán cuántas lavadoras ponen a la semana, cuántas de blanco, cuántas de color, dónde tienden y cuánto tardan en secarse las prendas, cómo aumenta la colada si hay más gente de la habitual o cómo la lluvia viene a ralentizarlo todo. Si no lo hacen, pregunten a la persona encargada y se hacen una idea y quién sabe...

Yo andaba pensando que hay muchas casas donde no está previsto dónde y cómo tender y no queda más remedio que plantar el tendedero en mitad del pasillo. No se da abasto y es un jaleo, no es lo mismo tender calcetines o camisetas que sábanas o plumíferos. El caso es que el sábado, y sin haber sacado el tema, C comentó esto mismo. Un kalamazoo, en este caso situacional.

¿A ustedes les parece de recibo planificar viviendas que no tengan en cuenta que manchamos ropa y la lavamos y debe secarse y la mejor opción, las más sostenible, es el aire libre? Porque ni todo el mundo tiene ni quiere tener una secadora. La solución no va por ahí.

Durante la pandemia fuimos conscientes de la importancia de balcones y terrazas, de que las casas se abran al exterior. Me parece básico y debería ser una condición indispensable para edificar. ¿No les parece?