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El farolito

F.L. Chivite

Raro

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Saber que tus mejores hallazgos, que tus mayores tesoros, son incomunicables no debe deprimirte, viejo amigo. Por el contrario, eso debería convertirse en un estímulo para seguir adelante con una más elevada conciencia de ti mismo, le digo a Lucho, el lunes de turno, lunes de enero todavía, dado que lo veo algo confuso y enfadado con el mundo. Un poco, como todo el mundo, claro.

No obstante, Lucho ahora se ha empeñado en decir y repetir que su vida a mi lado le resulta muy aburrida. Dice que quiere conocer gente nueva, vidas diferentes. Que está harto de tanta filosofía, eso dice. Y tiene razón, en el fondo, el viejo y retorcido gnomo, supongo. Yo haría lo mismo si tuviera que ser mi alter ego: intentaría escapar de mí, quiero suponer. Ahora bien, la tragedia, cuando se exagera, es graciosa. Pasa a ser comedia. Esa es la cuestión.

Shakespeare, por ejemplo, se movía como un ladrón o, mejor, como un bailarín en ese terreno. La tragedia es educativa, es pedagógica. Pero, en cuanto se pasa de la raya, acaba en ridícula. Tragedia, solo hasta cierto punto, diría yo. Porque lo importante es la comedia. Estamos entrando en tiempos puritanos y eso solo se combate con humor. No se puede perder el humor, por favor. A los fanáticos no les gusta: les saca la fiera que llevan dentro y se ponen en evidencia.

El humor, la comedia, la ironía, la parodia son necesarias para desintoxicar la vida social. Y para hacerla respirable. Donde no hay humor no se puede respirar, Lutxo, le digo. Y me contesta que acaba de contactar por internet con la alter ego de una profesora de Bilbao, que también está cansada de tanta literatura, y que han quedado para tener una cena virtual y conocerse. Al parecer, también hay aplicaciones para eso. Vivimos unos tiempos raros, Lutxo, le digo. Y me suelta: Los tiempos no son raros, el raro eres tú.