¿Existen los amigos útiles? Todos conocemos a alguien a quien los amigos no le caben. Le rebosan de la agenda del móvil pantalón abajo y se le asoman de los bolsillos de la americana. Uno lleva en la mano una llave inglesa; otra, un plan de inversiones; otro, un seguro médico; otra, un apartamento en la costa croata. Los propietarios de esta superproducción de amigos necesitan compartirlos, exportarlos, no disponen de espacio suficiente. Por eso suelen alegrarse cuando les preguntas por un fontanero o una arquitecta. Se trata de personas con contactos, y los contactos son muy útiles.

Pero resulta que si queremos ser felices necesitamos amigos inútiles. Amigos que no sirven para nada. No te consiguen El Piso, ni La Mesa en el restaurante, ni El Asiento en la final de la Eurocopa. Esta intuición inconsciente que muchos ya albergábamos sin cristalizarla ni convertirla en mineral de la suerte que llevamos en la cartera ha conquistado credibilidad. La que otorga lo expuesto por un catedrático de Harvard. Mr. Brooks considera que los amigos a los que no podemos sacar partido ni utilizar en nuestro beneficio son los que nos ayudan a sentirnos bien. Los amigos de verdad.

Pienso en la amiga de comienzos profesionales con la que entro en bucle mientras levantamos espirales de humor absurdo sobre las pequeñas miserias y los grandes dramas. En el amigo hedonista con el que la búsqueda de placeres era la única religión y en el otro con el que hablaba de caras B de artistas que ya eran B en sí mismos. En las amigas recuperadas con las que me río mientras corremos a coger un tren sabiendo que ya ha salido. En la lectora con la que divago entre lo existencial y lo filosófico y lo espiritual y lo literario. En la esteta con la que hablo de Maison Margiela, y del acabado de una pieza, y del encanto de lo mate y oscuro, los japoneses lo saben. Amistades inútiles. Auténticas. Amigas y amigos que sirven para todo.