Tengo claro que hay un enemigo mayor y el más peligroso para los peatones, que no es otro que el coche, que si te zumba te puede dejar en el sitio, pero esa realidad, contra la que hay que pelear y legislar –en la calle Iturrama se quejan ahora de ralentización del tráfico, yo recuerdo algún atropello mortal– no puede ocultar que los peatones, aquellos que prácticamente solo nos movemos o andando o en transporte público, también estamos bastante expuestos en los últimos años a causa de bicicletas y patinetes, fundamentalmente cuando a los mandos de estas herramientas van adolescentes, es cierto.

Hace unos días una mujer de 49 años fue al hospital y, la verdad, es milagroso que no haya incidentes casi cada día, porque la velocidad y la despreocupación con la que van bastantes es muy alta. Tienes que ir andando por caminos peatonales con la vista puesta en 7 sitios si no quieres verte envuelto en algún incidente, con sobre todo patinetes que te pasan rozando o realizando maniobras de última hora para evitarte, en la clásica situación en la que si por lo que sea eres tú el que se mueve a tu derecha o a tu izquierda te vienen por detrás sin verles y te llevas una buena. Y no es poca velocidad para alguien que va a 5 o 6 kilómetros hora que te pegue una guaska un bicho que va a 20, 22, 24 kilómetros por hora. Es una torta importante.

Ya digo: tengo muy claro que hay que ir ganando terreno al coche -en todos los barrios de la ciudad- y que bienvenidos sean medios de locomoción más sanos, pero esto se supone que es una sociedad y que hay que protegerse de las malas prácticas de unos cuantos. Lo que era inicialmente un recurso para no coger el coche se ha convertido en una clara alternativa a caminar –y a todas las edades– y el volumen de tráfico se ha multiplicado por varias unidades. No pinta bien la cosa, la verdad, sino hay cambios profundos de concienciación.