Groenlandia existe. Hace la tira de años aterricé en su aeropuerto. Era una escala y no pise más suelo que el de la terminal. Lo poco que conocía de la mayor isla del mundo era por aquella canción de principios de los ochenta de los Zombies con ese mismo título y su pegadizo estribillo: “Y yo te buscaré en Groenlandia...”. En ese enorme territorio viven 59.000 personas, lo que da una densidad de 0,026 habitantes por kilómetro cuadrado.
Allí lo que sobra es espacio y lo que falta es calor. Pues bien, a Donald Trump se le ha despertado el instinto colonizador y quiere clavar en la tierra helada la bandera de las barras y las estrellas como Armstrong hizo en la Luna.
Ese territorio, perteneciente a Dinamarca, tiene tanto valor por su ubicación estratégica como por el almacenamiento de minerales. Al indisimulado plan del presidente de EEUU, los daneses han respondido con una campaña satírica para comprar California, respaldada por decenas de miles de paisanos con buen humor. También vale un cambio de cromos: icebergs por playas de arena fina. Como estas iniciativas tienen un efecto llamada, no sería extraño que los alemanes impulsaran la compra de Mallorca; los bilbaínos, la de Castro y Laredo; los navarros, de Salou; los rusos, de Marbella; los británicos (en pugna con los vascos), de Benidorm… Esto si no se adelanta Trump. Todo es posible con este tipo.