Las derechas, sean de aquí o del resto del planeta, adoptan patrones de funcionamiento bastante similares. Memorizan un argumentario que combina el bulo con la hipérbole y lo sueltan todo el rato a modo de lluvia fina. En Navarra este xirimiri lleva tiempo calándonos. Listas de esperas sanitarias, problemas de acceso a la vivienda, sumisión del Gobierno al dictado de EH Bildu, deslocalización industrial, descontrol en la Renta Garantizada e incremento de las tasas de pobreza jalonan casi todas sus comparecencias. Da lo mismo que su mención venga o no a cuento de la actualidad más inmediata.

Lo sueltan los portavoces sin ningún rigor con el objetivo de trasladar al destinatario que vive en la región más desgraciada del planeta, en la que además todo tiende a ir a peor. También alarman con los índices de desempleo, la tasa de criminalidad y la deslocalización industrial. Lo de menos es que el discurso se ajuste poco o nada a la realidad y por supuesto no ofrecen alternativas verosímiles de mejorar nada. Lo importante es sostenerlo machaconamente con la confianza de que siempre habrá algún despistado que compre este endeble discurso y pueda cambiar su voto en las próximas elecciones.

En este mundo de galopante desinformación y proliferación de fake news en el que no siempre es fácil distinguir qué hay de cierto en los mensajes que se reciben, no vale ponerse de perfil, pasar de puntillas por los problemas reales y solo vestir las mejores galas para dar las buenas noticias. La situación requiere dar un paso al frente y tratar de marcar agenda política. Pensar que la permanencia en un segundo plano ahorra el desgaste innecesario puede ser una buena táctica cuando el viento sopla de cola.

A María Chivite le fue bien la pasada legislatura con su calculado discreto papel en su estreno en el Palacio foral. Pero a partir de ahora, ya aproximándose al ecuador de la segunda legislatura, quizá haya llegado el momento de bajar al ruedo con más frecuencia. No se trata de pisar charcos a lo tonto, pero sí de coger el toro por los cuernos de tal forma que la sociedad perciba que quien manda tiene ideas y liderazgo suficientes para afrontar los problemas reales –no los que cuentan las derechas– así como los que puedan surgir a futuro. Con la proliferación de ultras con la cuerda permanentemente tensada, es la hora de la política con mayúsculas.