Hola personas, ya sabéis que, para dar un poco de ritmo a la cosa, me gusta meter variantes en mi sección, y esta semana vamos a tener una novedad, a ver que os parece: empiezo a escribir el ERP de hoy postrado en una cama de la habitación 116 del pabellón N del HUN (Hospital Universitario de Navarra). Tal como os dije el domingo pasado, la vida me ha traído a dar un paseo por estos anchos, iluminados y asépticos pasillos por los que nadie quiere pasear. La verdad es que aquí nadie viene voluntario, pero sí que se puede venir contento, como ha sido mi caso, deseoso de que una intervención de estos paisanos y paisanas, que tanto saben, le quite a uno de encima esos dolores y esas molestias que le impiden a uno ser feliz.

El otro día me encontré con un amigo y paramos a contarnos cuatro trolas en la puerta de una administración de lotería y, cuando ya nos despedíamos, le pregunté, por pura curiosidad: oye, ¿tú juegas a la lotería? Y me dijo, no, pero si los premios fuesen en salud ya lo creo que jugaría. Y le doy la razón 100%, nada, nada hay en la vida como la salud, la propia, por supuesto, y la de quienes te rodean. Yo, como ya sabéis, porque soy un canso que lo largo todo, llevaba meses jodido, endolorido, mosqueado, incapacitado, amargado y cabreado con la vida, y el viernes, día de los enamorados, me volví a enamorar de ella. La primera noche la pasé regular, pero tuve la suerte de que el destino me puso en mi camino dos enfermeras que me cuidaron a capricho. Sobre todo, una de ellas, tocaya mía, Patricia, una profesional que me dio un trato maternal, me cuidó, me dio palabras de aliento, en el terreno médico me supo dar todo lo que necesitaba, acudió a todos mis timbrazos con una sonrisa y mis males fueron menos males gracias a ella. Por la mañana apareció, interesada, a preguntar qué tal estaba y al decirle que mucho mejor se alegró tanto como yo. Gracias, chicas. No fue esa mi única suerte, también tuve la suerte de que me tocase un buen compañero de habitación. Es fundamental. Mi estancia la he compartido con Pablo Hernández, un tipo amable, educado y simpático, acompañado en todo momento por Teresa, su chica, que no solo le atendió a él, sino que yo también le di un poco de guerra cuando me hizo falta. Yo también estuve bien atendido, por tres a falta de una, pero cuando aun no habían llegado era la vecina la que me ayudaba. Y además, el vecino hablaba poco y no roncaba. ¿qué más se puede pedir?.

Bueno, hasta aquí escribo desde el “hospi”, seguiré en casa para continuar con el ERP de la semana pasada y seguir viendo la vida y milagros de delincuentes, entunicados y verdugos.

El domingo pasado vimos las condiciones de vida y las tarifas de los verdugos. Habría más cosas que contar de tan siniestro personaje, como aquel que perfeccionó su garrote para que el preso sufriese menos o aquel otro al que se le estropeó el asesino artefacto a mitad de la faena, mientras ejecutaba a Juanillo de Los Arcos por conspirar contra la constitución, quedando el reo medio muerto durante media hora hasta que llegó la orden de fusilarlo y acabar así de cumplir la sentencia. Las sentencias ordenaban que el encausado fuese camino del cadalso paseándolo por las calles de la ciudad. Salían de la plaza del Consejo y tomaban Zapatería, Pozoblanco, P. del Castillo, Estafeta, Mercaderes, Plaza de la Fruta, Zapatería, San Antón y, saliendo por el portal de Taconera, llegaban a las horcas que no estaban en donde dije el otro día sino que según me dice J.J. Martinena estaban en donde hoy se encuentra la casa del conserje del Club Larraina.

Es digno de reseñar que todas estas ejecuciones eran públicas y el pueblo acudía en masa, ya que, si inmisericorde era la justicia, el pueblo no lo era menos y se diría que llegaban a disfrutar ante tan espeluznantes espectáculos. Para ser cliente de tan fiero personaje no hacía falta ser un despiadado asesino, fijémonos en el caso de A. Vargas, A. Fernández y J. Sánchez que acusados de haber robado las lámparas de la iglesia de Arguedas fueron ajusticiados el 18 de febrero de 1724. U otro ejemplo de la “justicia “de aquellos siglos es el caso de Andrés Pinto, natural de San Lúcar de Barrameda, que fue juzgado y ahorcado por homosexual y a la sentencia se le añadió un plus que ordenaba que su cuerpo fuese quemado y sus cenizas arrojadas al aire, prohibiendo su enterramiento en cristiano.

Entre el juicio, la sentencia y la ejecución podían pasar años y así se dio el caso de un matrimonio tudelano, formado por Ramón Pérez y María Caparroso, condenados a garrote vil por el asesinato de su vecino Miguel Pérez, que “estando en la cárcel, obtuvieron licencia de verse solos de cuyo resultado tuvieron sucesión”. Efectivamente, poco antes de ser ejecutada María dio a luz un varón. No dicen las notas de la Hermandad a quién se le entregó el niño tras nacer.

En las tarifas de los verdugos había una que decía “Por encubar…”, ¿qué era esto? Pues bien, hay un caso en el que se ve a las claras de qué se trataba. El año de 1775, María Josefa de Aróstegui y Gaztambide es condenada a la horca por matar a su marido, y a su ahorcamiento le suman la pena de ser arrojada al río, para ello “se descolgó el cadáver de la orca (sic) delante del responsable de la causa y se puso en una cuba que estaba prevenida y puesta en una lastra de esas que los canteros usan para acarrear las piedras. Con asistencia de todos y tirada por dos bueyes fue llevada al molino de Biurdana y el ejecutor de la justicia (el verdugo) tiró la cuba al río”. Ya dentro del agua la esperaban los de la Hermandad de la Caridad que sacaron la cuba del río y de ella el cadáver al que dieron cristiana sepultura. Imaginaros la escena, siete hombres entunicados metidos en el agua esperan a que otro arroje una cuba en la que va el cadáver de una mujer. Y era noviembre, la temperatura del agua no sería la mejor para tal chapuzón. Os dije el domingo pasado que los caminos eran muy peligrosos y que se podía dar el caso de que el escolta contratado formase parte de la partida de bandoleros y así fue en el caso de los bandidos de Lanz. Estos eran los hermanos Cenoz, Juan Martín, Pedro Esteban, Joaquín y el pequeño Pedro Martín. Los tres primeros junto a Juan Bautista Lanz, Martín Jose Perusancena y Martín Cruz Iraizoz, formaron una temible banda que asaltaba y desvalijaba a los viajeros que transitaban por Velate y a los que su hermano pequeño daba “protección”. Todos cayeron en manos de la justicia, a dos hermanos Cenoz los ahorcaron y los desmembraron, a Juan Bautista y a Pedro Esteban solo los ahorcaron, el resto fueron azotados públicamente y condenados a presidios de Filipinas.

En fin, ya veis que las costumbres y los valores eran otros y de eso hace nada.

200 años no son nada.

Besos pa tos.

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