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Mar de fondo

Xabi Larrañaga

Ese bigote

Ese bigotePexels

Anuncia en un gran titular el diario más leído, el favorito de Mariano Rajoy, que “la tendencia del bigote femenino arrasa en España”. Explica que esa moda está rompiendo moldes y acaparando los focos. No es el único medio que incide en ello, y como ejemplo citan a la influencer Joanna Kelly, quien afirma lucir mostacho para empoderarse y mostrarse con todas sus imperfecciones. Joanna no parece natural de Calatayud, y en cuanto a llamar imperfección al bigote, es una manera cruel de desempoderarlo. Y de ofender a los bigotudos. Y ya de paso a las bigotudas.

Así se escribe hoy la historia en este Occidente aburrido de sí mismo: potenciando la excepción, hasta la más inocua, hasta elevarla a motivo de disputa. Nunca faltará quien se arrogue la representatividad de la víctima, y la rentabilizará como mínimo sentimentalmente. Aunque, en verdad, como en aquel número de Tricicle, no haya ningún combate. O peor: surgirán aquí y allá embajadores de una causa virtual justísima en cuerpo ajeno. 

Si digo que eso del bigote femenino tan en boga es falso, alguien replicará que el hecho de que yo no lo vea no significa que no exista, y que cualquiera tiene derecho a llevarlo, y que a ver quién soy yo para prohibirlo. Que ya vale de estigmatizar, y que discursos como el mío alimentan el discurso del odio. Recuerdo que sólo he negado que sea una tendencia arrasadora, ni bien, ni mal, sino todo lo contrario. Y, por supuesto, me importa cero si un chico, chica, chique o mediopensionista desea llevarlo, aunque supongo que incluso la absoluta indiferencia también se tomará por una forma de desprecio. No hay modo de acertar, pues quien se empeña en perder siempre gana.