“La angustia de que la muerte lo rondase se fue aplanacando en mí. Ya no pensaba tanto en esa posibilidad. Solo me atenazaba en algunos momentos de extrema y calmosa placidez”: en Lo que permanece, Margarita Leoz muestra el día a día del común de los mortales de un modo sencillo y natural. La novela de la filóloga y escritora pamplonesa es un nuevo ejemplo de narrativa realista, centrada, por cierto, en la sociedad construida (no sin enormes dificultades) por unas generaciones que lucharon lo suyo por el futuro de sus descendientes.
El personaje esencial del relato, la esencia del mismo (esto es: la hija del fallecido), experimenta una realidad que esconde sufrimientos y esfuerzos de quienes nunca pudieron relajarse: “En todos esos instantes en que la percepción del presente era rotunda, acaricié una felicidad casi total. Y al mismo tiempo me daba la impresión de que la vida estaba a punto de derrumbarse, que ese destello de mi existencia con mi padre era fugaz, no duraría. Que esa era la última tarde quizá, el último paseo, la última piscina”.
Lo que permanece viene a recordar los valores de los hombres y las mujeres de dichas generaciones, las que renunciaron a muchas, a muchísimas cosas y se vieron obligados y obligadas a permanecer en el mundo que controlaban y, pese a todo, parecía descomponerse: “Mi padre pensaba que el cuerpo sin vida carecía de utilidad y había que deshacerse de él de la manera más rápida posible. No le gustaba encontrarse estelas en los montes. Aventar las cenizas le parecía una guarrada”.
NOVELA
LO QUE PERMANECE
Autor: Margarita Leoz. Editorial: Seix Barral, 2025. Páginas: 174.
Es, pues, esta novela de la `Biblioteca Breve´ de Seix Barral, una cita con la literatura comprometida con los excesos y las carencias del control de los sentimientos humanos, complemento de otras obras de Margarita Leoz, como el poemario El telar de Penélope o la novela Punta Albatros. En lo que al texto que nos ocupa ahora (y ha de ocuparnos en su justa medida durante mucho tiempo), ese compromiso con el devenir del ser humano es parte esencial del trabajo, un libro carente de tontas ilusiones.
“Vamos a la novena donde mencionan el nombre de mi padre. A las siete de la tarde, todos los días, durante todos los nueve días siguientes. Adelantamos los biberones, se los damos en los jardines en los que mi padre jugaba de niño”: Margarita Leoz parece tejer una tela de ficción (y, en gran medida, lo es), pero las bases de la invención huelen a experiencia, la que ella y los suyos habrán experimentado desde que su padre les abandonó... ¡el día de San Fermín!
No es una historia cualquiera: Lo que permanece en lector y lectora tras su lectura, más que un sentimiento de pérdida, es la constatación de una cruda realidad: la que se desprende del adiós a un ser querido, el paso que marca un antes y un después. Un paso decisivo en tu lucha por controlar tu equilibrio emocional cuando todo parece irse más allá de la mínima lógica: “Una tarde el cura se confunde y dice mal el nombre de mi padre. ‘Te rogamos por el alma de nuestros hermanos recientemente fallecidos´ y le pone el apellido de otro”.
“Mi tía monta en cólera. En cuanto la misa concluye, se dirige a la sacristía. Imagino la escena allí adentro, las palabras agrias, el rencor, el bochorno”: la novela de Margarita Leoz está escrita con las palabras y las frases que requiere la terquedad (¡bendita terquedad!) de toda aquella inmensa cantidad de jóvenes y viejos necesitados de hacerse escuchar cuando apenas nadie escuchaba... a quien siempre debieran haber escuchado.
No olviden Lo que permanece: “Nos cruzamos con bandas de música, con cuadrillas, con charangas. Las fiestas declinan. Los guiris se han marchado”. La vida, no obstante, persiste: “A lo largo de los días siguientes nos vamos encontrando a los amigos de mi padre. Nos los vamos encontrando a todos de forma inexplicable, incluso a aquellos a quienes no veíamos desde hacía siglos”. La vida continúa: “Cuando le hablo a Adela de su abuelo, la niña cambia de tema. Está deseando que me calle, está deseando hablar de otra cosa. Esa conversación la incomoda. Hay algo allí que no alcanza a comprender”.
Finalmente, algunos detalles de la geografía de Lo que permanece... son muy significativos: “Me fijo en un paralítico en silla de ruedas. Un tetrapléjico no demasiado anciano que apenas puede mover la cabeza. La saliva se le escurre por el extremo de la comisura y acaba en una toalla blanca de tocador a modo de babero. A su lado una cuidadora se distrae con el móvil”.