Hay atascos en la utopía. Eso dicen. No obstante, todo va bien. Es decir, todo va mal, de hecho, claro. Pero como de costumbre. Eso es lo bueno, creo yo. Si todo fuera bien de verdad sería horroroso. Eso no ha ocurrido jamás. Nunca jamás. No sabríamos qué hacer. ¿Te imaginas que todo fuera bien, Lutxo? No lo soportaríamos.
Seríamos capaces de hacer cualquier cosa con tal de no perder la insatisfacción elemental de carácter nuclear que nos proyecta en el tiempo. Estoy seguro. No podemos evitarlo. La insatisfacción es la aceleración de la conciencia, Lutxo, viejo gnomo. Es impaciencia pura, le digo. Sin más, por decir algo. En fin, estamos ahí, un día más, Lucho y yo, en la terraza del Torino, observando el fluir de los eventos locales, y de repente pasa una chica en bicicleta. Sexagenaria, tal vez. Chupeteando un helado. De fresa, me temo. Y digo: La primavera es maravillosa. Mira cuánta belleza por todas partes, Lutxo. Alegra esa cara, viejo gnomo mohíno y gafe.
Y me suelta: Total, ¿para qué? Es un cenutrio básico, pero, además, ahora está depre. Nos sé por qué. Motivos no faltan, desde luego. Lo malo es que yo tiendo a intentar levantarle el ánimo. Me sale así. Pero es gracioso, claro, porque tratándose de mi alter ego oponente, se supone que, cuanto más depre esté él, mejor estaré yo, creo, no sé si me explico. Bueno, no importa. Lo que importa es recordar siempre y no olvidar jamás que lo verdaderamente importante es la alegría. El fascismo te quiere deprimido. No lo olvides, Lutxo. No sé qué es antes: la depresión o el fascismo. Pero van juntos. Depresión y fascismo conforman un círculo, Lutxo, le digo. ¿Un círculo?, dice él. Y le digo: Vicioso, en realidad. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.