No busquen la palabra en un diccionario convencional porque no aparece, aunque su significado es claro. Si una superficie tiene mucha resbaladicidad, malo. Eso lo entiende cualquiera porque es fácil haber sido víctima del efecto de la suma de cada una de sus seis sílabas. Cuesta menos resbalarse que pronunciarlas.

Quienes no nos dedicamos a la edificación ni a sus industrias auxiliares conocimos la palabra a cuenta del informe sobre las chapas con los nombres de los fallecidos en el encierro que fueron retiradas precisamente por aumentar la resbaladicidad. La semana pasada hubo novedades y todas lapidarias: se van a inscribir estos nombres en el monumento homónimo y no se va a tallar en piedra la letra de los cánticos previos a la ancestral carrera. Respecto a esta última decisión, cuesta decidir si es más dolorosa por la parte lírica o por la épica. Ambas esdrújulas, en cualquier caso.

El encierro posee una resbaladicidad intrínseca y creo que creciente –es un pálpito– tanta que a ningún alcalde o alcaldesa que aspire a completar la legislatura se le ocurrirá no digo ya plantear un referéndum sobre la conveniencia de su mantenimiento, ni siquiera sugerirlo. Y, sin embargo, me parece que hay una proporción significativa de la población que tiene sus peros bastante activos.

¿Anima usted a sus hijos e hijas, familiares y amistades a correr el encierro? ¿Le alegra cuando lo hacen? Cuando no lo hacen, ¿siente una pizca de decepción?, ¿salir ileso es un triunfo y una herida un galardón? Esto último pide pasodoble.

La pregunta que le hago porque me hago es ¿hasta cuándo cree que tendremos o tendrán encierro?, ¿se atreve a aventurar una fecha?, ¿no le ve final? Lo digo porque o se mantendrá tal cual o se eliminará de plano, un encierro es difícil de resignificar.