Al fenómeno global de la turismofobia le ha salido una versión más local: la ‘dominguerofobia’. Un ejemplo cercano: hay una pequeña localidad de la Cuenca que los fines de semana en los que acompaña el buen tiempo recibe un desembarco de vehículos y de personas. El objetivo de estas gentes es visitar un enclave natural al tiempo que ejercitan las piernas y dan suelta a niños y perros. El pueblo, recostado en la ladera de una sierra que luce una enorme herida provocada por una cantera, alberga a una treintena de habitantes. Como la mayoría de estos pequeños núcleos rurales próximos a la capital, los antiguos inmuebles están reformados, lucen sólidos bloques de piedra que contrastan con alguna vivienda de nueva construcción. La calle, corta, está cementada y limpia. Desde los bancos de descanso, la visión del paisaje en un día de azul intenso hace envidiar a las rapaces que vuelan en círculos. El bucólico paraje sufre un rasguño con la llegada de coches y el trajín de los visitantes que van y vienen y se dejan caer en el césped.
A la hora de mayor actividad, algún vecino se afana junto a la puerta de su casa. Previamente, en la carretera de entrada, han colocado conos y vallas que impiden el paso a los animales de cuatro ruedas. Algunas voces aseguran que los lugareños dan información a regañadientes o intentan confundir a los caminantes señalando sendas que llevan a ninguna parte, por chinchar. No les dicen a los forasteros que molestan, no hay pancartas que les impelen a marcharse, pero se palpa en el ambiente. Eligieron ese enclave poniendo por encima de todo el vivir en un entorno tranquilo y ahora se sienten invadidos.
La avalancha de los findes no va a menos, agobiando a los vecinos y poniendo en retirada monte arriba a los jabalíes. Ya digo que esta situación se repite en otros lugares cuyo nombre aparece coloreado como puerta de inicio o tránsito en alguna de las decenas de rutas para senderistas por Navarra que almacena internet. Y es que, tras la cuarentena por la covid, al personal se le cae la casa encima y valora mucho más la actividad al aire libre, moverse, viajar. Conseguir el equilibrio sin alterar los hábitos de los residentes parece, como estamos viendo, complicado.