Supongo que ya han leído la carta de Abdelali Ayadi, quien con lógica preocupación denuncia el comportamiento lamentable de algunos jóvenes de origen marroquí, literal. No es muy común, pero tampoco es la primera de este tono. En octubre Mohamed Amnay, coordinador de la Plataforma de Marroquíes, condenaba en otra carta los actos violentos perpetrados por individuos de origen magrebí, literal también. Ambos inciden en que los agresores no representan a toda la comunidad. Y tienen razón. Pero no niegan lo innegable, y ahí también la tienen.
Es curioso. Uno lleva décadas criticando, aun contra la línea de medios, organismos y activistas, una política informativa más política que informativa que consiste en ocultar el origen de ciertos delincuentes. Yo pensaba, y pienso, que esa negación de la realidad resulta contraproducente, erosiona nuestra credibilidad y tiene mucho de supremacismo ético: escondamos a la gente una verdad que la hace más racista, verdad que sin embargo a nosotros no nos hace más racistas. Y no se elude el dato porque sea irrelevante. De la manada enseguida supimos hasta su barrio. También tiene mucho de clasismo intelectual: la gente, que es gilipollas, igual no se ha enterado de lo que nosotros ya sabemos. Sigamos sin contarlo, y a ver si cuela. Todo ello, por supuesto, blindado con acusaciones al discrepante, de mentiroso al principio, luego de exagerado, siempre de xenófobo, y en ese plan.
De esos polvos, muchos lodos. Y tiene su guasa, su triste guasa, que sean precisamente magrebíes quienes adelanten por la izquierda a esa parte de la izquierda todavía negacionista. A ver quién les llama ahora racistas.