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Mesa de Redacción

Joseba Santamaria

Memoria republicana

Memoria republicanaPatxi Cascante

Se cumplen este lunes 94 años de la proclamación de la 2ª República. Un nuevo intento de poner fin a siglos de absolutismo, fanatismo y corrupción para construir una sociedad más libre y más justa. Un tiempo convulso que terminó de forma brutal en 1936 con el golpe militar apoyado por la banca, la Iglesia, los sectores políticos conservadores, falangistas y carlistas y de la mano de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini. Un compendio del que no podía acabar saliendo nada bueno y que derivó en una cruel matanza humana y en una dictadura. Mirar hacia atrás es un ejercicio de honestidad política necesario para construir el presente y afrontar el futuro. En este y en otros hechos de violencias. El jueves, 500 jóvenes de once institutos navarros se encontraron con familiares de personas asesinadas en el terrorismo que siguió al pronunciamiento militar en Navarra. Más de 3.300 navarros y navarras fusilados sin juicio y sin que hubiera un frente de guerra. Muchos de ellos todavía permanecen desaparecidos en cunetas, montes, cementerios y descampados. Un genocidio de quienes pensaban diferente planificado y ejecutado en apenas unas semanas. La memoria histórica y las actividades memorialistas no deben ser un simple ejercicio de propaganda y nostalgia o una repetición oportunista de consignas desligadas luego de la práctica política real, sino la expresión de un convencimiento profundo. Y debe seguir acompañada de una praxis de la acción de gobierno encaminada a impulsar, adecuados a la realidad social, cultural y económica del siglo XXI, aquel espíritu innovador que puso en marcha aquel proceso de democratización y modernización de una sociedad atrapada en el retraso histórico (el mismo en el que los sectores conservadores la mantendrían otros 40 años más). En esto presente incierto, los princicipios de libertad, igualdad y fraternidad siguen vigentes y también sus concreciones, incipientes en aquellos difíciles años 30, en favor de una distribución justa de la riqueza, la llegada de la mujer a la esfera pública, la universalización de la educación, la lucha por una vivienda digna, la extensión de la sanidad o el estatuto vasco navarro de 1932. Un mirar atrás que tampoco debe evitar ni ocultar la realidad de los errores de la misma República. Quizá ese análisis general pueda recuperar para la sociedad el espíritu político de participación democrática, la repolitización de una sociedad adormecida y alejada, por tanto, de sus responsabilidad ciudadanas en la gestión del bien común. Más aún ahora en que resurgen los rescoldos del franquismo de la mano del revisionismo negro y de los discursos neofalangistas y de extrema derecha que ocupan tribunas políticas y mediáticas manipulando la historia o tratando de recuperar la imagen del genocida Franco y de sus secuaces. Sin olvidar que aún permanece simbología franquista esparcida por todo el Estado, por ejemplo el mamotreto de Los Caídos en Iruña o el de Cuelgamuros, que, como mucho y con suerte, serán resignificados, pero seguirán impasibles ejerciendo el papel de exaltación para el que se levantaron. La cultura republicana es una apuesta civil por la democracia y los derechos ciudadanos. Y, por supuesto, también por el cuestionamiento del sistema monárquico y de la figura del Rey, precisamente por radicalidad democrática.