Es un debate recurrente al sur de los Pirineos: por muy diversos motivos, nuestro ciclismo no tiene, no vive, la cultura de las clásicas de pavés, cuyos hitos son elTour de Flandes y la París-Roubaix, monumentos que en muchos otros países europeos levantan pasiones. Un estilo de ciclismo que se mama de pequeño, compitiendo en esas carreteras adoquinadas. No es de extrañar, por tanto, que sean las dos asignaturas pendientes del pelotón español: en Flandes, apenas un tercer puesto, del atípico Juan Antonio Flecha; en Roubaix, tres podios (ninguna victoria) de Flecha y, en los años 50, dos del aún más atípico Miguel Poblet, quizás el primer velocista y clasicómano de un país que solo creaba escaladores. Frente a eso, 4 victorias (y 13 podios) en Lieja; 5 victorias (y 7 podios) en San Remo; y 2 victorias (y 17 podios) en Lombardía. Pero el pavés se resiste y no se vislumbra quien puede hacer historia allí.