Se ha presentado un estudio a cargo de la Fundación Mobilitat Sostenible i Segura de Catalunya acerca de en qué consistiría la posible instalación de un tranvía en Pamplona. En números gruesos, costaría unos 115 millones de euros –el presupuesto de Pamplona es de 290 al año, el de Navarra es de 6.431 millones–, tendría 16 paradas y, comenzando en Villava, atravesaría cinco barrios –Txantrea, Rochapea, San Jorge, San Juan y Ermitagaña– y finalizaría en Barañáin. No subiría por el centro, por, el estudio, “la estrechez de las calles. La infraestructura no es la idónea”. Lejos de mi intención ofrecer aquí una opinión definitiva sobre el tema, en la medida en que carezco de la formación suficiente como para saber si todo el ahorro energético y medioambiental que se genere podría llegar a compensar el coste económico, que no es bajo, aunque los autores afirman que un tranvía tiene ventajas que son muy “claras”: se reduce a “la mitad” el coste de transportar a cada pasajero, no contamina porque funciona con energía eléctrica, consume un tercio menos que un autobús/villavesa y una décima parte que un coche, se disminuyen las importaciones de combustibles fósiles, la accesibilidad es universal y la accidentabilidad es “prácticamente nula”. No parecen ventajas menores, aunque, ya digo, sé perfectamente que una cifra como 115 millones de euros es mucho dinero para una ciudad pequeña como Pamplona, que destina 38 millones anuales a inversiones. Pero, en cualquier caso, lo que sí que no estamos es en condiciones de desechar esta clase de ideas sin estudiarlas a nivel municipal y foral. Está más que demostrado que numerosas muertes cada año tienen que ver con la contaminación ambiental –y sus consiguientes enfermedades y gasto médico–, así que estudiar todas las opciones sensatas que trabajen en la línea del transporte más limpio que sea posible nunca va a estar de más.
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