Hola personas, ¿qué tal se ha celebrado la Semana Santa? Imagino que habréis estrenado aquel paraguas que os trajo el Olentzero, y que os habéis muerto de aburrimiento viendo como el maldito tempero nos fastidiaba los esperados días de asueto. En fin, esto es Pamplona.
Bueno, esta semana pasada ha sido otra cosa y hemos podido disfrutar de unos buenos días que nos han permitido unos deliciosos paseos. Mis pasos se han dirigido a un punto muy concreto de la ciudad que tiene pocas calles en su callejero pero que a mí me gusta mucho. No le quedan muchas casas de las que lo conformaron en su nacimiento, pero algo queda y de ellas vamos a tratar, sobre todo de una de ellas de la que casualmente el otro día encontré algo en un periódico viejo. Fue una de esas cosas que te llegan a la mano como por casualidad y que en el fondo te están diciendo: habla de esto. Y eso voy a hacer.
Bien, la zona en cuestión es el I ensanche, esa ampliación de la ciudad que, para ser levantada, nos costó el precio más caro que podíamos pagar: mutilar nuestra ciudadela. En mis ERP números 25 y 26 cuento la historia de como fue la cosa, quienes tengáis mis libros lo podéis leer en el primero de ellos.
Pero bueno, vamos a ver cómo ha sido el paseo de esta mañana y luego pararemos en el asunto que la hemeroteca casual ha puesto en mis manos.
He salido de casa y, aunque ya tenía la intención de ir a las calles Moret, Rozalejo, Chinchilla y compañía, en vez de ir por el camino más corto, he dado un poco de vuelta y he alargado mi paseo. He llegado a la Plaza del Castillo, he bajado Chapitela para llegar al Ayuntamiento, he tomado San Saturnino, Mayor, Eslava, Jarauta, Santoandía y por la plaza de la O he salido a la Taconera. Hoy no podía dejar de ver nuestro precioso jardín, suponía que tras las lluvias semanasanteras y el sol de estos días estaría reventón y así ha sido. Nada más pasar el portal Nuevo me he dado de bruces con dos parterres preñados de tulipanes de mil colores: blancos, amarillos, rojos, lilas, entreverados, granates, naranjas y alguno más, que me han dejado impresionado. Gran trabajo de los jardineros. Chapeau. Tras admirar el colorido espectáculo, he tomado el llamado Gran Salón Central y he admirado la limpieza que han llevado a cabo en el monumento a Gayarre, el sol de la mañana lo iluminaba de lleno, dejando ver y admirar la obra de Fructuoso de Orduna.
He salido del parque atravesando el bonito portal de San Nicolás, y, tras pasar el bosquecillo, me he adentrado en el I Ensanche por la parte inicial del mismo, la manzana que se señaló con la letra A y que se dividió en 8 solares, en los que se construyeron cuatro edificios, dos de ellos dedicados a la enseñanza, el colegio San Luis de los Maristas y el colegio de las Madres Ursulinas. Las manzanas se fueron nominando con letras y llegaron a la letra E, que correspondió a la Audiencia Provincial, hoy Parlamento Foral, y una más nominada con la letra F, ya en la parte del paseo de Valencia. Los trabajos se pusieron en manos de los arquitectos Florencio Ansoleaga, que levantó su mejor obra en el chalet que hoy ocupa la Cámara de Comercio e Industria; Julián de Arteaga, autor de la Audiencia; Manuel Martínez de Ubago, padre de los dos únicos ejemplos de Art Nouveau, en las calles General Chinchilla y José Alonso, su número 4 es una de las casas más bonitas de la ciudad; Máximo Goizueta, a quien debemos dos de las pocas que aún siguen en pie, la que ocupa el N.º 23 de Navas de Tolosa, que fue residencia de la familia Ciganda Ferrer y en cuyos bajos hoy se encuentra su fundación, y la N.º 21 en donde está la deliciosa librería del Gobierno de Navarra en la que podéis encontrar el libro de Asunción de Orbe Sivatte, Arquitectura y urbanismo en Pamplona de finales del siglo XIX y comienzos del XX ( Gobierno de Navarra. Pamplona, 1985) de donde yo he tomado todos los datos que os voy dando. Un quinto arquitecto trabajó en el nuevo ensanche, Ángel Goicoechea que levantó la bonita casa neomudéjar, única en Pamplona, que ocupa el solar entre Gral. Chinchilla, Padre Moret y Marqués de Rozalejo. Así mismo cuatro maestros de obras se encargaron de levantar varios edificios de viviendas de los cuales muy pocos han llegado en pie hasta nuestros días. Así José M.ª Múgica levantó uno, José M.ª Villanueva fue el encargado de tres obras, José M.ª Aramburu y Elízaga alzó dos edificios y Pedro Arrieta puso en pie seis.
Bien, y después de este sucinto resumen de cómo se hizo el I ensanche vamos a ver lo que os he anunciado. El jueves 14 de octubre de 1982 tuvo lugar un pleno municipal exprés en el que, en once minutos, se pusieron todos de acuerdo para recurrir la sentencia del Tribunal Administrativo que daba la razón al propietario del edificio de General Chinchilla 7, que pretendía la declaración del estado de ruina para demolerlo. Veamos cómo fue la cosa. A las 19 horas y 4 minutos, presidida por el alcalde Balduz y con la asistencia de los concejales Taberna, Jaime, Chacartegui, Azagra, Oyaga y Mendiluce (UCD); Oslé, Rodríguez Pedraza, Zabala y Álvarez (PSOE); Labayen y Agurrea (UPN); Oteiza e Istúriz (PNV); Ostériz y Beorlegui (HB) y Andión, comenzó la sesión. Todos coincidían en que había que recurrir la sentencia y paralizar el derribo del único edificio neomudéjar de la ciudad. Para ello contaban con una importante baza y era que Bellas Artes lo había declarado edificio de interés artístico local, lo cual lo ponía a salvo de la piqueta. El concejal Taberna intervino para decir que paralizar el derribo y ganar tiempo estaba bien, pero que si no se actuaba el edificio estaba abocado a la ruina, y que, si hacía falta subir la oferta, con una cifra más generosa o con una permuta, que se hiciese. Balduz dijo que la propiedad había empezado por 20 millones de pesetas y que, en la última conversación, tras oír el rumor de que podía ser la futura sede del Parlamento, sus pretensiones habían llegado a los 125 millones. Taberna insistió en que se fuese más generoso, puede ser un mal negocio inmobiliario, dijo, pero será un gran negocio para el patrimonio artístico de la ciudad.
Desconozco cual fue el arreglo, pero el edificio sigue en pie.
Otros no han tenido esa suerte.
Al final de la crónica el periodista de turno hace un comentario de cierto amarillismo. Resulta que eran tiempos de elecciones, las legislativas estaban en plena campaña, y la concejala socialista Camino Oslé se presentó en la sesión municipal vestida con una chaqueta anaranjada y un pantalón verde, al cronista no le pasó inadvertido el atuendo y escribió: Vestirse en plena campaña con los colorines del adversario centrista es un despiste mayúsculo.
Y yo digo: o no.