Apelar a que la situación es muy compleja, a estas alturas de la copla, sigue sonando a excusa para no explicar lo que realmente pasa. “Esto es muy complejo” funciona como punto y aparte para negar la explicación pedida, pero sobre todo como coartada o cortina de humo. Es la forma de decirte no solo que no lo entiendes, sino que ni siquiera podrás hacerlo. Pero lo complejo, etimológicamente, es aquello entrelazado, plegado sobre sí mismo. No necesariamente ininteligible: solo que hay que desenredarlo y estirarlo. Cuando intentamos desenvolver la compleja situación encontramos el orden subyacente, la red que opera.

Ahí viven concentraciones de poder, búsqueda de lucro, opacidad cuidadosamente cultivada. No es que no se pueda explicar lo que pasó con el apagón eléctrico o con los precios de la energía, es que tal vez no se quiere. Pero desenmarañar la complejidad cuesta trabajo, porque deliberadamente se ha construido con la intención de impedir llegar al fondo de la cuestión, donde se vean claramente los intereses que conducen a los contratos, a los consejos de administración, al dividendo. Y a las puertas giratorias que cierran el vestíbulo de esas corporaciones.

Mientras tanto, lo público permanece siempre como red de seguridad en caso de fallo. Aunque el neoliberalismo lo apartó de la posesión de esas redes de servicios malvendidas a las empresas sabemos quién pagará los platos rotos llegado el caso. Privatización de beneficios, socialización de pérdidas: un clásico de esta modernidad tardía. Y frente a ello la transparencia sin más parece una trampa si no viene acompañada de regulación y control público. Quizá el decrecimiento que parece necesario funcione si se retorna este asunto al control de una democracia verdadera. Ah, eso sí que es otro pastel complejísimo...