Los ritmos conservadores me dejan perplejo. Después de que el Gobierno de Israel haya matado a más de 53.000 personas en Gaza en menos de dos años, un día se levantaFeijóo y dice que “es evidente” que el Ejecutivo de Netanyahuestá siendo absolutamente desproporcionado en sus actividades militares contra la población civil palestina” y que eso es un “disparate”. Feijóo sabe manejar los tiempos y los eufemismos. A mí ‘actividades militares’ me hace pensar en maniobras o en patrullas. Ya se sabe que la violencia se enjabona con lenguaje. Por eso aquí había gente que repetía como loritos ‘alzamiento’ o ‘lucha armada’, porque sonaba mucho más digno.
El caso es que Feijóo de alguna forma desautorizó aAyuso, y Aznar y la propia Ayuso han rebatido a Feijóo. Este es el paisanaje. Un día el presidente del PP se despereza, y expresa con sapiencia de lord inglés una obviedad después de ver que León XIV y también la Conferencia Episcopal han entendido que este matadero, este “suplicio público” (como lo ha definido Santiago Alba Rico en elDiario.es) nos salpica y nos retrata a todo el mundo. Feijóo, al que no le hacen caso ni en su casa, ha decido que ahora tocaba remarcar perfil ponderado. A estas alturas transmite la vacilación de un hombre que no sabe mandar en su propio partido, al que la complejidad y la involución que sufre el mundo le coge indeciso, haciendo cuentas. A Ayuso le ha faltado tiempo para enmendarle la plana secundando a Israel. Así es su marcaje mientras pueda.
Cochambre
¿Qué tiene que pasar para que esta situación, que debería resultar absolutamente insoportable, movilice multitudinariamente a Europa? ¿Cuál es el grado de inmundicia de quienes defienden esto sin pestañear? ¿Dónde están sus límites? ¿Quién chorrea adrenalina a base de bombardear a criaturas? ¿Hay alguna posibilidad, antes del verano, de salir a las calles de forma multitudinaria, como en 2003, para mostrar nuestra indignación ante lo que está perpetrando Netanyahu? Tanta diplomacia, tanta excelencia y tanto vanagloriarnos de nuestros valores europeos, ¿para esto? ¿Para un orden internacional despiadado cuando uno de los nuestros se vuelve un carnicero?
Asistimos a equilibrios que hace años nos habrían parecido repugnantes e inverosímiles. Un retroceso ético clamoroso. Pero ahí seguimos, dando lecciones de derechos humanos, de gobernanza y de lo que toque, porque tenemos la piel de elefante, la memoria de un pez y el aguante del dromedario. Todo esto no tiene nada que ver con el credo liberal, sino con una vuelta de tuerca al imperialismo más sangriento y al capitalismo más desaprensivo.
No hay libertad para arrasar un pueblo, ni para martirizar o matar de hambre a niños y niñas. Eso no tiene nada que ver con el liberalismo
Ante nuestros ojos
No hay libertad para arrasar un pueblo, ni para martirizar a niños y niñas, ni para matar de hambre a nadie. Tener que recordarlo ya resulta repugnante. Hagan algo, pero háganlo, por el amor de Dios, de San Francisco Javier, de la Macarena o de San Fermín, o de Calvino o Lutero, o por la memoria de John Locke, de Eleanor Roosvelt o de Olof Palme. Que este oprobio de muerte nos va a marcar de por vida. Que no podemos contemplar este horror como si nada, alelados en nuestras cuadrículas, o justificarlo como cretinos desalmados, o ponerle cosmética. Netanyahu mata a los gazatíes, los trata peor que a una cabaña de ganado, como a una plaga de insectos, y algunos todavía lo justifican. Es indecente, es un grandísimo escándalo. O defendemos los derechos humanos o nos enterrará la cochambre.