La principal razón por la que los rinocerontes se encuentran en peligro de extinción es su cuerno. O cuernos, porque en la especie africana, el rinoceronte negro, son dos los que le adornan el hocico. Como seguro han sospechado, estos enormes hervíboros que no tienen depredadores no humanos en la edad adulta, no sufren de ninguna enfermedad mortal en sus cuernos; solamente son víctimas de la estupidez humana que les ha inventado poderes milagrosos.

E ingiriendo ese cuerno molido tenemos la panacea y el supervigor que necesitamos para todo. Es mentira, aunque se trate de creencias medicinales muy antiguas, porque el cuerno de rinoceronte es simplemente queratina, la misma proteína que da fuerza a la parte exterior de nuestra epidermis, forma las uñas, el pelo o plumas, pezuñas y, claro, cuernos. Resulta absurdo, pero muy propio de lo que hacemos los seres humanos con el mundo, pensar que una creencia estúpida y mágica (demasiado a menudo ambos adjetivos son sinónimos) sea la principal razón de su codicia y elevadísimo precio, y así de la caza furtiva y del fracaso de las políticas para preservar las especies y sus hábitats a pesar de inversiones millonarias en los últimos años.

Salvo si mutilamos al pobre animal, si le quitamos el cuerno. Se ha publicado recientemente un estudio que muestra que el descornado que han llevado a cabo en varias reservas sudafricanas ha reducido en el último decenio la caza furtiva en un 78%. Sin cuerno, el rinoceronte ya no interesa. La pena es que al pobre rinoceronte el cuerno le venía bien: además de servir como herramienta para mover y empujar, de arma y de muestra de jerarquía, se sabe que también lo usan para acariciar y darse cariño. Pobres rinocerontes, que sufren así del absurdo depredador humano. No son los únicos, hasta nosotros somos víctimas.