La salud mental de los deportistas pende de un fino hilo. El nivel de exigencia quiebra muchas cabezas. Después de años ocultándolo para no ser estigmatizados, hoy nadie se sorprende cuando alguien comenta que ha perdido el control, que para durante un tiempo indefinido y que ha decidido tratar de recomponerse en manos de un especialista. El tenis, por el nivel de concentración que requiere, acumula un importante número de casos. Garbiñe Muguruza, que sufrió espectaculares altibajos durante su carrera, expresó su frustración en plena pista al grito de “estoy harta de seguir la puta pelota”.

En este sentido, es muy ilustrativo el documental emitido por Movistar, ‘Carlos Alcaraz: a mi manera’. El tenista, que en mayo cumplió 22 años, confesó abiertamente que le gusta divertirse y relató una juerga con sus amigos en Ibiza de la que aportó imágenes con total naturalidad. Sin embargo, me llamó la atención los reproches de personal de su equipo que ponía por delante la dedicación al cien por cien para ser un número 1 y, en el colmo del egoísmo, esgrimían que ellos pasaban muchos días fuera, que les suponía un enorme sacrificio estar lejos de la familia, que vivían volcados con el chaval… Claro, todos ellos viven de los triunfos del muchacho, que hasta la fecha ha ganado 41 millones de euros.

Después de la victoria en Roland Garros, ese carácter festero y disfrutón de Alcaraz ha sido motivo de debate. El chico sostiene que está en edad de divertirse y que le viene bien a su cabeza para desconectar. Entiendo que pueda tomarse unas copas sin desfasar, bailar poniendo en riegos los gemelos e incluso bañarse de noche en el mar. Y en eso, sale quien le recuerda que con esos hábitos nunca será como Rafa Nadal (quien desde los 17 años a los 40 lo sacrificó todo por el tenis). ¿Nadie se ha preguntado que quizá Alcaraz no quiere ser como Nadal? En esa franja de los 20 a los 30 años, la vida sin raqueta se abre a nuevas experiencias y también a desengaños. Imagino a Alcaraz con 40 años, en una sobremesa en la que sus amigos rememoraran correrías (lo que hacemos todos periódicamente) de las que él nunca participó porque estaba jugando el torneo de Halle o el de  ‘s-Hertogenbosch . Y ese vacío vital y emocional no lo cubren ni los trofeos ni el dinero ni la fama. Lo acaba cubriendo un psicólogo.