La historia va así. El tal Koldo, portero de un puticlub de Pamplona, intima con la trabajadora de otro puticlub, una tal Nicoleta. Ambos comparten jefe y, al parecer, también cama, vamos, se conocen en sentido bíblico. Él viene de ser condenado dos veces tras herir a un vecino del Valle de Aranguren –José María Aznar lo indultó– y zurrar junto a un policía nacional a un menor en Sanfermines. 

Preocupado por el bienestar de su amiga, le pide a Santos Cerdán un curro para ella, o sea uno distinto, por supuesto atendiendo al principio constitucional de igualdad, mérito y capacidad: “¿Te acuerdas de la chica rumana? No solo hay que valer para follar. Se quiere ir a vivir a Valencia. ¿Hay alguna fórmula?”. Él mismo, tan caballeroso, propone la vía de Correos: “Se le da un trabajo, 1.200 pavos y eso lo tiene”. Eso no, algo mejor: obtiene el puesto, sin duda tras un severo proceso de selección, de delegada territorial de Medio Ambiente en la zona Norte en la empresa pública EMFESA. Los 1200 pavos, pues, se multiplican. Meses después pilla el mismo cargo en Levante, al caloret, donde sustituye a un tal Joseba, a su vez hermano del tal Koldo. Ya es casualidad. Se ve que todo el clan estudió un máster en gestión medioambiental. Y opositó.

Angustiado también por el futuro de Navarra, en las últimas elecciones municipales el tal Koldo coloca en el segundo lugar de las listas socialistas de Esteribar a su delegada territorial favorita –“no solo hay que valer para follar”– pero no sale elegida. Es acojonante que todo este chalaneo casi pase por legal. Pero hay algo más acojonante: que, entre la casta política, en cloacas y palacios, es bastante normal. En Levante, Poniente, el Norte y el Sur.