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Mi vecina Margot

Hablando, hablando nos dieron las ocho en punto y ahí empieza mi calvario

Mi vecina MargotUnai Beroiz

Creo que, quienes año tras año leen estas crónicas, saben que me gusta ir algún día a ver el encierro en la plaza y, SF2025 no iba a ser la excepción.

Total, que me he plantado en el tendido y mi vecina de localidad ha resultado ser una tal Margot, neoyorquina setentona de pelo pajizo y cardado, con un lunar en la mejilla y mas pintalabios y botox en la boca de lo que yo había visto tan cerca de mí en mi vida. Resulta que con unas amigas venezolanas -me las presentó como Lady Altagracia y Wilma- están haciendo un tour Madrid-Albarracín-San Sebastián, pero querían ver este espectáculo de cerca porque, según me comentaba, sus dos maridos ya habían estado en Pamplona corriendo delante de los toros. Por cierto, aquí me han venido de perlas las clases de conversación de inglés que recibo durante todo el año. Tengo que agradecérselo a mi teacher, Amaia Alonso, para que vea que sus continuos esfuerzos por desasnarme empiezan a dar fruto.

Y así, entre pitos y flautas y hablando, hablando nos dieron las ocho en punto y ahí empieza mi calvario.

Nada más salir los de Victoriano del Río escopeteados Santo Domingo arriba, según los veíamos en las pantallas gigantes que habilitan en nuestra monumental, empezó a palmearme en el hombro a la vez que emitía gruñidos raros y soltaba gritos histéricos del tipo "oh my God" o "this is terrible".

La cosa podía haber terminado así, pero la atropellada curva de Mercaderes y las violentas caídas de la Estafeta le hicieron cambiar su forma de actuar y empezó a tirarme de la manga del jersey -uno es de Pamplona, pero la mañana no estaba como para ir en camiseta- dejándomelo totalmente deformado mientras de su boca salían sonidos similares a "ahhhhh", hiiiiii" o "wow".

Siempre me he quejado de que últimamente los encierros son muy largos pero este, que se finiquitó en apenas dos minutos y diecinueve segundos, se me estaba haciendo larguísimo.

Y lo peor aún estaba por llegar

 Cuando Tallista y Empanado trotaban ya de forma desbocada abriendo la manada camino a la arena de la plaza, Margot ha entendido que ya habían terminado los preliminares y tenía la confianza suficiente como para clavarme las uñas de sus dos manos en el antebrazo izquierdo. ¡Joder, que dolor!

Afortunadamente entre los corredores sólo hubo las típicas caídas y rasponazos de cada mañana y no hubo que lamentar desgracias personales de mayor calado que hubiesen puesto en peligro no sólo la integridad física de la mocina sino también -estoy seguro a la vista de como se desarrollaba nuestra interactuación personal- la de quien esto escribe.

Así que, en cuanto toros y mansos enfilaron los chiqueros atendiendo al mandado de los pastores, uno que se yo se ha levantado y argumentando no recuerdo qué excusa, me he marchado de allí como alma que lleva el diablo. Mira que me gusta el espectáculo de las vaquillas, pero si Margot vive así un encierro no quiero ni pensar el futuro que me esperaba a partir de entonces con los revolcones y volteretas que se ven en el albero pamplonés en la suelta de unas ternericas de trescientos kilos de peso.

Y, sobre todo, a ver cómo le explico yo a mi santa que esos hematomas del brazo no son fruto de nada prohibido ni extraordinario, salvo del histerismo de una yanqui rubia de bote y con dos divorcios a sus espaldas.