Procede, aunque sea un recurso facilón, una banda sonora a cargo de Nino Bravo. Esta Noelia se apellida Núñez. Entre sus logros se cuenta una fama efímera y no muy buena. El mismo día en que muchos supieron de su existencia, su carrera política llegó a su fin. Podríamos decir que fue por su mala cabeza, aunque quizá sería más correcto achacar su laminación instantánea a esa sensación de impunidad que acompaña los actos de quienes se tienen por seres superiores a la media. O, dándole media vuelta más, de quienes gozan de la protección de tipos de mucho tronío. Tipa, en este caso, pues el árbol en que ha ido prosperando el musgo Noelia Núñez atiende al nombre (seguro que les suena) de Isabel Díaz Ayuso. La emperatriz de Sol y vizcondesa de Quirón la catapultó desde el Ayuntamiento de Fuenlabrada a la dirección nacional del PP, con el Congreso como campamento base. Pero el sueño de la supernova terminó justo en la página web de la Cámara Baja, donde figuraba un currículum de fantasía de la individua. El anunciado doble grado en Ciencias Jurídicas y la licenciatura en Filología Inglesa se convirtieron, como la carroza de Cenicienta, en calabaza. Todo era filfa. A lo más que había llegado era a matricularse en el primer curso de las respectivas carreras. Si bien, como ella misma dejó constancia en Twitter (hoy, X), arma que carga el diablo, su alergia a las aulas y a los exámenes la llevó a pasar tantas horas en la cafetería de la facultad que los pencos le llovieron en tropel. Para cualquier otro ser humano, eso habría sido una desgracia. Para ella, no. Pasando por alto su calamidad académica (o quizá, precisamente, tomándola por virtud), el PP ejerció de hada madrina y, apenas cumplida la veintena, le proporcionó un sueldo de postín que la sacó de la dura brega universitaria. Hablamos de más de diez años de vida regalada para una menudencia intelectual que el miércoles encalló en sus propias mentiras. En realidad, una de tantas. La lista es muy larga.
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