Delirante penitencia. Resulta que la inacción alemana en Gaza se debe en parte al alivio de culpa por los horrores del nazismo. Que los nazis del siglo XX siguen causando muerte y destrucción en 2025 es una constatación fantasmal y endemoniada, como las monstruosidades ordenadas por Netanyahu y sus secuaces, mientras Hamás pretende del otro lado competir en perversión, ahora que el mundo parece compadecerse de los niños y niñas esqueléticos. Ese mundo acostumbrado a los cadáveres gazatíes se avergüenza más ante las criaturas famélicas. Los muertos que aún respiran nos tocan más adentro. Debe ser algo antropológico, una agonía conmueve a todo bien nacido. La conmiseración ante el sufriente es señal de discernimiento elemental. Pero esto ha llegado a un punto donde a muchos tiparracos les cuesta distinguir el bien del mal, como ocurrió en el apartheid sudafricano, en Hiroshima y Nagasaki, en las dictadura chilena o argentina, o en tantos episodios que nos parecían superados por el desarrollo humano, educativo o cognitivo, por la conciencia democrática y la experiencia mortuoria. Pero no, los traumas van y vuelven, y se reavivan o se transforman como maldiciones. Y de forma estúpida, retorcida y cobarde caemos una y otra vez en su sombra.

Que los nazis del siglo XX siguen causando muerte y destrucción en 2025 es una constatación fantasmal y endemoniada, pero real

Mangueras y pirómanos

El abismo de la barbarie, como disparar a muertos de hambre, acabará sacudiéndolo todo. El veterano periodista Jean Hattzfeld, que trabajó en Libération, conocedor de lo sucedido en Bosnia y Ruanda, ha dicho que “al destruir Gaza, Israel está destruyendo el judaísmo”. Aquí intuimos el perjuicio que está generándose Europa, o históricamente, a otra escala, sabemos el daño que se infligió el catolicismo en la dictadura franquista por más que pareciera lo contrario. O el desdoro que ETA causó a lo vasco en territorio vascón. Como ha escrito el periodista Guillermo Altares, “aprender a vivir con el otro es la única salida posible”. Esto se debería entender desde fundamentos humanistas, por más que a algunos solo les alcance lo estratégico. El plano profundo es el primero, pero ambos pueden ser valiosos para parar la sinrazón. Los incendios acaban quemando a sus pirómanos. Algunos solo agarran la manguera antes de quedar carbonizados.

Miedos

Mientras todo esto sucede, Donald Trump se muestra omnipresente, alimentando la sensación de ser más currela y decisivo que Joe Biden. Según el filósofo y periodista Josep Ramoneda, estamos ante la “extravagancia como reclamo”. El pensador catalán está a punto de lanzar un nuevo ensayo, Poder y libertad, con Galaxia Gutenberg.

Hablando de intelectos, la UPNA y Jakiunde están celebrando en Navarra un curso de verano sobre el miedo. Para observar las emociones que nos embargan se necesita conocimiento. Como el que atesora Juan José Álvarez, catedrático de la EHU, que advierte sobre la obscena injusticia del tablero internacional y llama a una rebelión cívica de convivencia y respeto. Si nuestro futuro depende de aprender a vivir juntos con sabiduría y humildad, como apunta citando a Carl Sagan, la tarea es hercúlea. Hoy día la sabiduría genera recelos y la humildad no cotiza. Lo humilde es indicio de debilidad, de bondad tontita, rayana en la medianía o en la falta de ambición. Nunca nos creímos lo de poner la otra mejilla, pero ahora lo imperante en algunos ambientes es sacudir como en una velada de boxeo. Mal asunto, porque si la vida se convierte en un combate démonos todos por jodidos.