El término plástico proviene del griego plastikos, que significa que se puede moldear. Y al igual que el ser humano, su creador, este material ha demostrado una capacidad de adaptación imbatible, adquiriendo toda clase de formas y utilidades hasta conquistar el planeta. El plástico se ha convertido en un invento imprescindible de nuestra economía, es barato y versátil, pero tiene un lado oscuro. Es una amenaza silenciosa que inunda los océanos, envenena las tierras y se cuela en la salud. Cada año, se producen más de 400 millones de toneladas de plástico, y más de un tercio se convierte en residuo tras un solo uso. Apenas un 9% se recicla realmente. El resto termina en vertederos, incineradoras o —peor aún— en la naturaleza. Se estima que unos 12 millones de toneladas de plástico acaban cada año en los océanos, formando gigantescas islas de basura y afectando a la vida marina. Consciente de la necesidad de poner freno a esta plaga, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, se celebra estos días en Ginebra un encuentro internacional con la participación de 177 países del mundo para alcanzar el que aspira a ser el primer acuerdo mundial contra la polución provocada por este polímero. La de Ginebra es la sexta ronda de negociaciones. En realidad, una prórroga contra el reloj ante el fracaso de las cumbres anteriores, que se vieron lastradas por las presiones de la industria petroquímica. El objetivo es alcanzar un consenso sobre unas reglas claras que promuevan una gestión racional de los residuos y comprometan a los firmantes a una disminución de la cantidad que se produce. Las negociaciones recuerdan mucho a las cumbres sobre el clima, además de por la urgencia de abordar el problema, por la existencia de un bloque de países reacio a avenirse a un consenso internacional. Arabia Saudí y Rusia son la punta de lanza para rebajar los niveles de exigencia. A esta trinchera ha saltado Estados Unidos con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Y en la retaguardia, decenas de poderosas compañías del sector petroquímico que están presentes en la cumbre con un ejército de lobistas frente a la protesta voluntariosa de los representantes de organizaciones ecologistas. Pese a todo, hay una oportunidad de lograr un tratado vinculante, ambicioso y justo para una gestión responsable y racional de este producto tan importante en nuestra vida pero cuya fabricación, uso y eliminación se ha descontrolado.
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