Se llamaba Ignacio Francisco Caneda, Frank para su familia. Su historia se ha conocido estos días a raíz de la exhumación de su cuerpo en la fosa común de Berriozar, en el año 2022 y la posterior identificación gracias a las muestras de ADN. Aquí contamos una parte, pero la prensa gallega ha publicado el final, no sé si se puede decir feliz, de este dura historia de película. Sus restos descansan por fin junto a los de su padre en O Grove, donde la familia hunde sus raíces. Una tumba con nombre y apellidos.
Francisco nació en Connecticut, EEUU, a donde su familia llegó a principios del siglo XX buscando su propio sueño americano, que se convirtió en una pesadilla española. Han pasado 90 años desde que fuera asesinado por los franquistas junto a otros compañeros anarquistas, tras un intento de fuga del fuerte de San Cristóbal. Su historia es la de muchos emigrantes económicos que luego se convirtieron en exiliados o represaliados políticos. Demasiadas personas, antes y ahora, tienen que cruzar mares o jugarse la vida por un salario o por defender sus ideas.
Pero más allá de lo emocional, la historia de Frank es un ejemplo de la utilidad de las políticas públicas de memoria, en las que Navarra, desde hace tiempo, es pionera y referente. Primero gracias a las asociaciones y ayuntamientos. Más tarde, a las propias instituciones que desde 2015 tienen al Instituto Navarro de la Memoria del Gobierno de Navarra como principal valedor. Programas que sirven para cerrar círculos y heridas y para construir la paz desde la justicia, verdad y reparación. Frank, el tío Frank, por fin descansa en paz y da un ejemplo a un mundo que camina de nuevo hacia la guerra.