China ha hecho una nueva exhibición ante los ojos del mundo de su poder militar para conmemorar el 80 aniversario de su victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial el pasado siglo XX. Lo hizo días después de escenificar un acuerdo de colaboración económica, financiera y tecnológica con Rusia, India o Brasil, entre otros países. A Xi le ha acompañado en cada uno de estos encuentros Putin, y en el acto militar del miércoles estuvo también el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, un invitado de segunda fila en cuanto a relevancia real, pero que aporta su dosis de simbolismo a la foto de los 26 países junto al presidente de China. La composición de una imagen que aúna fuerza militar, capacidad económica y relevancia en el escenario geopolítico actual que traslada, especialmente a EEUU y a la UE, el músculo que agrupa la propuesta de impulsar un nuevo orden multipolar que recorte la capacidad de decidir en el conjunto del mundo a Occidente y con el eje localizado en Asia.

El mundo estaba cambiando ya antes de la llegada de Trump a la presidencia de EEUU, pero su aterrizaje y su caótica forma de liderazgo y de imponer una guerra comercial global con sus chantajes han acelerado los movimientos alrededor del desorden internacional en el que han derivado en poco tiempo la diplomacia y las reglas del juego vigentes hasta ahora. En realidad, la marca de autoritarismo y ausencia de libertades que suma la alianza entre Xi y Putin cada vez difiere menos del viraje autoritario que ha puesto en marcha Trump en EEUU y del recorte de las libertades ante los ojos y perplejidad de las sociedades europeas en la UE.

Una Europa sometida a los intereses económicos, tecnológicos, energéticos y armamentísticos de Trump que ha enterrado en poco tiempo el plus ético que aún le otorgaba cierta credibilidad en el mundo de la geopolítica y la diplomacia internacionales. Perdido ese bagaje, la debilidad y soledad es cada vez más evidente y solo basta repasar el acuerdo de aranceles que ha impuesto EEUU a una Europa con una crisis inmensa de liderazgo y de discurso. A Trump solo le interesa el negocio para sus empresas estratégicas mientras Europa ahonda en el belicismo bajo el eufemismo de la seguridad europea y la presión a Rusia para la paz en Ucrania. Del genocidio en Palestina, los burócratas que deciden en la UE ni saben ni contestan.

En el nuevo escenario mundial, Xi se presenta como un líder más pausado, creíble y estable que Trump y con un proyecto de relaciones internacionales multipolares más fácil de comprar y más creíble para buena parte de los países del mundo que la vía de imposición, amenazas, ordeno y mando y ley de la jungla que predica el neocapitalismo tecnológico y mercantilista de este siglo XXI. No es el mejor camino, evidentemente, el de Xi y Putin, pero lo cierto es que gana espacio y suma aliados ante el hartazgo de una política occidental que ha impuesto, ahora ya sin dobles palabras, la explotación y la apropiación de tierras y de recursos naturales a los valores democráticos y los derechos humanos. Guste poco o nada es lo que está pasando. En este mundo sin valores y en cuesta abajo acelerado hacia un autoritarismo global, Xi, con Putin de la mano tras el cierre de puertas de la UE a Rusia, sin necesidad de someterse a escrúpulos éticos, gana terreno.