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Cultivando el ego de Trump

Cultivando el ego de TrumpEFE

La pompa que acompañó a Donald Trumpen su visita al Reino Unido posiblemente dará frutos que beneficiarán a Londres de forma abundante y durante mucho tiempo: el gobierno británico atendió magistralmente el ego del presidente norteamericano, al que recibió con unos honores sin precedentes.

Los anfitriones esperaban así mantener buenas relaciones comerciales con Washington y poner de relieve la “relación especial” entre Londres y su antigua colonia americana.

Trump parece tan satisfecho que ya ha anunciado una invitación para el monarca británico, a pesar de que en su discurso durante la cena de gala en el Palacio de Westminster, el rey dejó claro que Londres no se plegaba totalmente a la política de Washington en Ucrania, sino que mantendría su apoyo para que ese país pueda resistir los embistes rusos.

Las negociaciones prácticas empezaron poco después de las ceremonias, entre Trump y el primer ministro británico Keir Starmer, en las que Londres esperaba recoger los frutos de su espectacular bienvenida a Trump.

A pesar de su cruzada contra los inmigrantes que llegan indocumentados a Estados Unidos y de los elevados pagos que quiere exigir a quienes traten de emigrar al país, el propio Trump pertenece a una familia de inmigrantes que no llegaron hace demasiado tiempo y pudieron entrar en el país cuando apenas se exigían requisitos.

Primero llegó la familia de su padre, con la llegada en 1886 del abuelo Friedrich Drumpf, de origen alemán y que cambió su nombre a Trump, de forma que Trump pertenece tan solo a la tercera generación nacida en el país. Pero mucho más corta es la línea materna, pues la propia madre de Trump era la emigrante escocesa Mary Ann McLeod, quien llegó a Estados Unidos en 1930, tras obtener un visado de inmigrante.

En realidad, Trump ha estado rodeado de extranjeros durante toda su vida: su primera esposa, Ivana, era de origen checo y estuvo casada con él desde 1977 a 1990. Tres años después de su divorcio, Trump se casó con María Naples, quien acababa de dar a luz a una hija, pero ese matrimonio fue breve pues se separaron cuatro años más tarde, aunque tardaron otros dos años en formalizar su divorcio, en 1999.

En cuanto a su actual cónyugue,Melania Trump, todavía no se había nacionalizado norteamericana cuando se casaron en 2005 y tan solo adoptó su nueva nacionalidad al año siguiente.

Por ahora, parece que Londres consigue mantener satisfecho a Trump, quien tal vez haga excepciones para los británicos en las nuevas normas migratorias que quiere aplicar y que elevan los precios de los visados para inmigrar a Estados Unidos a cifras astronómicas, como 100.000 dólares anuales para permisos de residencia de expertos en diversas industrias, mientras que otros inmigrantes habrían de pagar más de un millón de libras esterlinas.

Tanto para él como para sus anfitriones, la visita británica de Trump fue un éxito pero el esfuerzo de Londres no acaba ahí: el rey Carlos habrá de continuar agradando al presidente norteamericano y devolver la visita con un viaje oficial a Estados Unidos –para lo que ya ha aceptado la invitación– lo que pondrá aún más de relieve la “relación especial” entre ambos países de lengua inglesa.

Es difícil saber si la gira norteamericana será un placer o una carga para el monarca británico, pero está claro que va a aprovechar al máximo la situación especial de Londres frente a Washington, tal vez hasta noviembre de 2028, cuando termina el mandato de Trump o, por lo menos hasta finales del año próximo cuando los norteamericanos tienen elecciones parciales, que podrían eliminar las ventajas parlamentarias de que ahora disfruta Trump y llevarían a un replanteamiento de la política internacional.