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Mártires y verdugos

Mártires y verdugosRuben Plaza

Este fin de semana se cumplirán 50 años desde que me estrené corriendo delante de la policía. Sabíamos desde la víspera del cumplimiento de las sentencias a muerte, las últimas del franquismo, aunque eso todavía lo desconocíamos, cuando nos llegó la noticia de que se iba a celebrar en la catedral un funeral en memoria de los ejecutados. Acudí a la salida de la clase vespertina, con otro compañero y el libro de Filosofía de 6ºde Bachiller bajo el brazo. Ya bajando por Chapitela se notaba aglomeración. En Mercaderes dos mujeres nos observaban desde un balcón. “¡Van hasta niños!”, me humilló una. “¿Eso es lo que quieren!”, respondió la otra. No habíamos llegado a mitad de la Curia cuando se produjo la primera carga.

Después ya sólo recuerdo gritos, sudor y miedo, nada que ver con la épica. Se polemiza estos días sobre el lugar que deberían ocupar en nuestra memoria colectiva Juan Paredes Manot Txiki y Angel Otaegi, miembros de ETA fusilados en aquellas fechas a la vez que los militantes del FRAP Baena, Sánchez Bravo y García Sanz. La gente que piensa en ellos como meros verdugos se revuelve con la que estos días sigue entronizándolos en el altar de los mártires de la libertad. Algo que también escandaliza a los que –aquí seguramente los más– les atribuyen el doble y paradójico papel de víctimas y victimarios. Con la organización a la que pertenecían ocurre algo parecido, con matices. Es fácil tenerlo claro con la ETA de a partir de los 80, un fenómeno aciago en todos los sentidos. A algunos, no obstante, la ETA antifranquista nos sigue complicando el juicio.

Hoy estoy convencido de que nunca debió haber existido, al menos en su versión armada. Pero me recuerdo tirando el jersey al aire, al son de “Voló, voló”, y pienso que me encantaría volver a hacerlo en honor a Netanyahu, Trump, Putin, Xi o cualquier escoria semejante en vez de Carrero.