“Con la venia, me retiro”. Pablo Muñoz tituló así su columna de despedida el último domingo de agosto. Me invadió una sensación de orfandad tras firmar en la misma página semanal, sin descanso veraniego, durante casi tres años. Vecinos en la edición impresa desde el 6 de noviembre de 2022. No fue un compañero más con coincidencia en etapas más o menos dilatadas. Pablo, formado en Lovaina (Bélgica) en Ciencias Políticas y Comunicación, fue el promotor de mi artículo de opinión hace casi un cuarto de siglo.
Una tarde sonó el teléfono en mi mesa de trabajo radiofónico, se presentó y quedamos para un encuentro personal en el café Iruña. Conocía mi desempeño profesional en mi programa vespertino, que incluía un comentario político o social y una entrevista en profundidad. Antes de llamarme, más allá de sus consideraciones subjetivas, había recabado muchas y diversas opiniones, según me confesó. Criterio propio ilustrado con otras aportaciones. La sabiduría de escuchar. Expuso algunas ideas de colaboración, que se sustanciaron en esta columna. En dos décadas y media, solo una vez más hemos compartido mano a mano mesa y conversación. La segunda (12-05-2022), en la capital donostiarra. Almuerzo con larga sobremesa. Conocí entonces su extensa, polifacética y convulsa biografía, recién reflejada aquí en entrevista de Andoni Irisarri. Sus muchas vidas. Vivencias y experiencias con la izquierda abertzale, como fraile capuchino condenado y encarcelado, como obrero y comercial, como profesor de guitarra y de francés, como periodista redactor y director de periódico.
Y con su salud. Apuntes para un guion con múltiples tramas. Documental o inspirador de ficción basada en hechos reales. Coincidimos también en un vínculo emocional con Sangüesa (11-09-1972): él estaría encerrado en el convento de San Francisco; yo grababa un reportaje del chupinazo. A esa hora mi padre sufrió un infarto mortal. Sangüesa, en memoria y sentimientos compartidos.