Dice Pablo Muñoz Peña (nacido en Donosti el 21 de diciembre de 1941) que tiene la sensación de haber vivido muchas vidas. Y es que las vivió: la del estudiante de Ciencias Políticas y Comunicación en Lovaina (Bélgica), la del montador de estructuras metálicas en una empresa de Gipuzkoa, la del fraile capuchino –con encierro en el convento de San Francisco de Sangüesa incluido...–, la del profesor de francés, la del vendedor de seguros, la del tutor de guitarra de la mujer de un alcalde franquista, la del presidiario en un penal especial en Zamora, la del detenido por Garzón en una operación contra ETA, la del joven fascinado por el Mayo del 68 francés, la del paciente de cáncer... Pero, por encima de todas, la del periodista, la del director de periódico.
A los 83 años, lo deja definitivamente. La columna semanal que ha escrito durante quince años –llamada Con la venia– queda vista para sentencia. Consta que contra su voluntad: se lo obliga una degeneración macular que le está dejando ciego. Esta entrevista es su última palabra antes del que dice que será, de verdad, el último oficio de su vida: el de abuelo.
Se acabaron las columnas. ¿Y ahora, qué?
–El último oficio, el de abuelo. Yo tendría que estar paseando por los parques, pero fui padre tarde y me toca estar agachado cuidando nietos.
Decía en 2022 que la columna le permitía estar activo.
–No me ha gustado nunca escribir de política. Me gustan los temas humanos, lo que le pasa a todo el mundo. Pero me tocó sustituir a Mariano Ferrer de la noche a la mañana. Y luego hay otra cosa: lo dejo porque tengo una degeneración macular. Poco a poco voy perdiendo vista. Me cuesta mucho escribir.
La frontera entre lo social y lo político es muy delgada, ¿no?
–Igual es una deformación que tenemos. En los medios sigue primando la política, suele estar en la portada. Pero la gente con la que yo convivo, compañeros jubilados, ven la política de refilón. Interesan la vivienda, el trabajo, las residencias... el reñidero político queda lejos. La derivada de todo esto es que, al final, la prensa interesa cada vez menos.
¿Se imaginó alguna vez, de crío, que su trayectoria podía ser esta?
–¡No! La vida se fue desenvolviendo con lo que me pedía el cuerpo y el espíritu. Soy periodista, pero pude estudiar en Lovaina con una beca y llegué a ser fraile capuchino. Soy un crío de barrio y sentía que tenía que ayudar. Estudiaba en los jesuitas y no los podía ni ver. Pero conocí a un fraile, que era un gran músico, Francisco de Lazcano, que fumaba Celtas, que se tiraba pedos, que contaba chistes verdes, que jugaba al mus... y eso sí que ya me convencía más. Tenía 18 años.
Poco después le metieron en la cárcel.
–En ese ambiente religioso tomé contacto con los entornos de ETA, en plena dictadura. Yo estaba en Hondarribia y ayudaba a pasar gente a Iparralde. Me pillaron, me dieron una somanta de palos y me encerraron en la cárcel de Zamora tras un juicio militar sumarísimo. Me echaron seis años.
¿En una cárcel común?
–Según el concordato, los curas no pueden cumplir pena en una cárcel, sino en un convento. Pero en aquel momento, los obispos se callaban ante los militares y habilitaron un ala de la cárcel de Zamora para curas. Ahí estábamos, fundamentalmente, curas vascos, algún catalán, algún gallego...
En el año 1970 le sacan de la cárcel y lo encierran en un convento.
–Me mandan a Sangüesa, al convento de San Francisco. Estuve bastante bien: me dedicaba a la huerta, a leer... y un día vino el alcalde, que era un tal Fernando Pérez Mateos, extremeño. Supo que yo tocaba la guitarra y quería que le diera clases a su mujer. De un día para otro tenía a toda la flor y nata del pueblo aprendiendo guitarra en el convento.
Ahí empezó su relación con Sangüesa, que conserva hasta hoy.
–Voy todos los 11 de septiembre y vuelvo cargado de pochas. Mantengo amigos hasta hoy. Mi hermana se hizo casa allá. El alcalde aquel me dijo enseguida que su mujer y sus amigas no iban nada a gusto al convento a tocar la guitarra, y que si me importaba que diera las clases en su casa. Yo le dije que sin problema, pero que yo ahí estaba encerrado. Me dijo que él era autoridad y me permitió circular con libertad por el pueblo. Al poco me dijeron para dar clases de francés allí, en un colegio adjunto. Yo les leía la declaración de los Derechos Humanos –se ríe–. A los tres años y medio me llegó la carta de libertad.
Se le nota la escuela del Mayo del 68.
–Conocí aquel París en plena bronca, porque me pillaba de paso a Lovaina. Me impresionó. Sobre todo, en comparación: qué lejos estábamos aquí de una revolución de abajo hacia arriba. En un principio pensé que eso podía ser ETA, hasta que vi qué era en realidad.
Formó parte del equipo fundacional de Egin.
–Al volver a la libertad me mandaron a una parroquia de capuchinos de Hondarribia. No había nada que hacer y me metí a una empresa de montaje. El jefe, en una de esas, me dijo: o dejas el trabajo o dejas de ser cura. Y me salí de fraile. Total, que al poco quebró la empresa en la que trabajaba. Un amigo me llamó y me propuso, por lo menos, ser corrector.
Llegó a director.
–Fui haciendo cada vez más cosas y terminé de jefe de cierre. Me comí todos los sucesos, los muertos, las fotos a la familia. Aprendí un montón.
¿Cómo acabó de director de Egin?
–La izquierda abertzale oficial dominaba el periódico, y hubo un vacío de poder. Decidieron que el director iba a ser un tal Luis Núñez. Total, que unos días antes de firmar, me llamaron del consejo para ofrecerme a mí ser el director. Acepté, pero a cambio de no escribir ni un editorial.
Le echaron.
–Sí. Hubo un atentado feo y yo comenté en una asamblea que la violencia de ETA estaba impidiendo el desarrollo político de la izquierda abertzale, y al día siguiente me echaron a la calle. Era 1992.
Se tuvo que reinventar en la publicidad.
–Sí. No me iba mal. También vendí seguros.
Hasta que le llamaron de DIARIO DE NOTICIAS.
–Recibí la llamada de Javier Osés. Me ofreció la dirección. Quedamos en Hendaya. A mí me parecía que el producto era muy mejorable. Así que le dije: me vas a decir la verdad, esto, ¿de quién depende? Y me dijo una frase que no se me olvidará en la vida: Navarra es plural y queremos un periódico plural. Le dije: ¿dónde hay que firmar?
¿Cómo fue llegar?
–Muy fácil. Me encontré un equipo magnífico y llegué con el planteamiento del pacto. Hice mucha relación con el PSN, CDN, EA, Herri Batasuna... Esto no me lo negará Miguel Sanz, que de vez en cuanto me invitaba a desayunar en el Palacio, aunque me hacía entrar por la puerta de atrás. Estuve en casa de Roberto Jiménez, en Pitillas, donde nos hizo una cacerolada de cangrejos vestido solo con un mandil. Luego tuve buena relación con Santos Cerdán.
¿Cómo ha seguido su encarcelamiento?
–Independientemente de lo que tenga, hay que reconocerle que fue el que tuvo el coraje de romper con el impedimento que les había impuesto Madrid de romper con los nacionalistas.
No me ha dicho nada de UPN.
–Por lo general, me encontré con gente de muy poco nivel intelectual y político, pero muy bien relacionada con los poderes fácticos: familias, empresas... María Kutz, por ejemplo, era una excepción. Por cierto, una vez al mes quedaba para comer, fuera de Pamplona, con Julio Martínez Torres, director de Diario de Navarra.
Unas pocas familias mandan en la derecha.
–Posiblemente sea herencia del caciquismo. Pensemos en los Taberna. Yo procuré contactar con todos. Incluso conocí a Juan Carlos I. Coincidí con él en el Parlamento de Navarra, en la inauguración. Alli se empeñó en presentármelo. El emérito no se acordaba de mí, pero yo de él sí. Le conté una anécdota: de pequeño, él jugaba a hockey en el equipo del palacio de Miramar, que era donde estudiaba. Yo jugaba en el Loyola. Y nos obligaban a perder. Se echaron a reír todos. El arzobispo Sebastián se moría de la risa. Luego supe que, en la cena, Miguel Sanz le había advertido al emérito: cuidado con ese, que ha sido etarra.
¿Navarra es una tierra muy difícil de entender?
–Es muy distinta. Hay que tener varias caras.
¿Fue el cambio político de Navarra en 2015 de lo que más orgulloso se siente?
–Sin ninguna duda. Lo cimentamos desde mucho antes. UPN no ha evolucionado desde entonces. Aizpún creó UPN para ir contra los nacionalistas. No entienden que el poder lo tengan otros.
¿Cómo ve la política navarra desde 2015?
–Hay una cierta sensación de agotamiento. Depende mucho de la evolución, y lo digo en positivo, de EH Bildu. El PSN y la izquierda tienen, históricamente, que volver a encontrar fuentes. Está faltando punch. La salida a Madrid de Uxue Barkos también ha hecho perder una voz potente. Y Chivite bastante tiene con mantenerse.
Ha sido un verano duro para los socialistas. ¿Se ha quedado Chivite muy descubierta?
–Yo me fío mucho de Félix Taberna. Le conozco desde hace mucho tiempo. Es una aportación clave, es un hombre sereno. En tanto en cuanto el PSN y la izquierda se fíen unos de otros... más les vale llevarse bien, porque si no, ya vemos lo que viene.
¿Ve a UPN siendo alternativa?
–Ahora mismo, son un coladero hacia otros partidos de derechas a nada que el PP esté un poco fuerte. Incluso a Vox. Hay sectores en Navarra muy propensos a Vox.
¿Qué sitio le queda al soberanismo moderado?
–Yo advertí a EA que si entraba en EH Bildu, los iban a machacar. Geroa Bai debería haber trabajado mejor las relaciones con EA. El vasquismo, con más o menos dureza abertzale, tiene que estar en el centro de la política de Navarra. Tenemos que multiplicar figuras como las de Asiron, que han sido referentes en sus ámbitos antes de ser políticos.
¿Tiene la sensación de que Asiron ha ido perdiendo poco a poco esa imagen?
–Sí. La izquierda abertzale es, históricamente, una máquina de fagocitar todo lo que ha podido: el feministo, el ecologismo... todo.
¿Ve mucho cambio en EH Bildu?
–Sí. La reacción positiva de EH Bildu es que ha entrado a caminar sin estridencias en la vida política institucional. Es muy importante y eso va a ir a más. Es mucho más habitable hoy la izquierda abertzale que hace diez años.
Parece que queda mucho, pero en nada estamos en elecciones.
–Navarra lo que no se merece es estar gobernada por la derecha, y menos por la derecha apoyada por un PSOE humillado.
¿Cómo ve el futuro Gobierno de Navarra?
–Se va a repetir la mayoría progresista con una presencia cada vez mayor de EH Bildu. Si Uxue quiere, Geroa Bai puede tener una influencia mucho más patente de lo que hay ahora. Tiene que volver a Navarra. El PSN bastante va a tener con la marcha de las mataduras estas... Por cierto, que Chivite fue designada por Santos Cerdán.
Me ha hablado de que el cambio fue uno de los momentos más felices de su carrera en Navarra. ¿El peor, aquella detención en julio de 2006?
–Me sorprendió. A mí me habían avisado de que yo aparecía en el sumario de Marlaska. Yo hice un escrito en el que dejé claro que no tenía nada que ver con la estructura del impuesto revolucionario, sino que he conocido qué es la tortura de que te llegue la carta. Soy absolutamente ajeno y donde haga falta ir a declarar, iré, me dije. Pensaba que me iban a llamar a declarar, lo que no me esperaba era que me detuvieran. Me acusan de haber participado en el impuesto revolucionario de Martiko.
¿Qué papel tuvo?
–Fui muy tranquilo, porque sabía que a mi edad no me iban a dar como en 1969. En mi casa solo encontraron unas cuantas cartas de extorsión que me hicieron llegar algunos empresarios amigos y que guardé para que mis hijas entendieran qué fue esto. Lo que yo hice fue hablar con un periodista que era amigo del del bar Faisán para transmitir a la organización que tal o cual empresario no iba a pagar, o que se habían equivocado de persona, o lo que fuera. Cinco o seis casos. Nunca medié para negociar.
¿Cómo lo vivió?
–Yo estaba tranquilísimo. Al tercer día pasé a declarar delante de Garzón. Le conté todo. Negué ningún chantaje a Martiko y pedí un careo con el periodista que me había implicado. Garzón no me hizo ni caso en un primer momento, pero me lo concedió.
¿Y celebró el careo?
–Trajeron al periodista al juzgado. Vino con una camiseta del Real Unión, pantalones cortos y chancletas. Directo del módulo de la cárcel. Garzón le preguntó si se reafirmaba en su acusación inicial. Dijo que no, reconoció que se lo había inventado. Garzón le comunicó que me ponía en libertad y que por el revuelo me iba a imponer una fianza simbólica. El tema quedó en nada.
Ese mismo día le localizaron un melanoma.
–Fue en el hotel, la noche que me sacaron. Me fui a duchar y mi mujer me vio una peca rara en la espalda. Al día siguiente fuimos al dermatólogo en Donosti y me la quitó: melanoma. Los oncólogos me dijeron, tiempo después, que fue un melanoma provocado por un shock traumático, pero yo había estado tan tranquilo.
Convocó una rueda de prensa a los pocos días.
–Sí. Expliqué todo. Y al finalizar aproveché que estaban todos los periodistas para puntualizar que, en todas las informaciones sobre mi detención, se había destacado que yo había sido director de Egin. Pero nadie publicó que yo fui despedido de ese mismo periódico al día siguiente de denunciar mi mayor de los desprecios por los crímenes de ETA.
¿En qué pensó?
–En un primer momento, pensé: menudo palo para el periódico. Pero recibí muchísimo cariño y estaré eternamente agradecido.
Después de casi 800 Con la venias, tiene usted derecho a la última palabra.
–Voy a intentar seguir con el mismo apasionamiento la actualidad política. El cambio en marcha en Navarra es irreversible, no volveremos a los tiempos de UPN y PSN. No sé con qué fórmulas, pero Navarra está salvada. En buena parte, gracias al periódico.