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¿Por qué nos cuesta tanto innovar?

¿Por qué nos cuesta tanto innovar?PIXABAY

Innovar” es una palabra gastada. Aparece en discursos, reclamos de marketing o planes estratégicos que acaban en un cajón. Pero cuando llega la hora de llevarla a la práctica, aparece una resistencia que merece ser analizada. La cuestión no es si innovamos lo suficiente, sino: ¿por qué nos cuesta tanto innovar?

No hay una única respuesta. Existen hábitos, inercias y miedos que, si no se nombran, difícilmente se podrán superar.

1. Porque innovar implica ser cuestionado

El primer obstáculo es personal. Innovar supone aceptar que alguien pueda decirnos: “tu idea no va a funcionar”. Y eso puede doler, si no es tomado en positivo, y activar el blindaje mental del A mí no me van a enseñar cómo llevar mi actividad, letal para cualquier opción de cambio.

Una empresa o institución crece más cuando se abre a la posibilidad de estar equivocada. Pero esa apertura exige humildad, una cualidad poco abundante en estructuras donde “tener razón” se confunde con “tener poder”.

Los humanos confundimos solución con corazonada, lo que explica por qué tropezamos dos veces en la misma piedra. Excepto para los genios, un presentimiento casi nunca es la solución, salvo casualidad. Aprender de la crítica, iterar y mejorar es la clave. Séneca lo anticipaba en su Cuando pedimos opinión nos arriesgamos a que nos la den.

2. Porque innovar requiere colaborar

La segunda traba es cultural. Innovar no es aventura individual, sino colaboración real: dentro de la empresa, entre departamentos, sectores y hasta competidores. Cuantas más interacciones, mejor funciona.

La colaboración es asignatura pendiente. En ámbitos empresariales, culturales o regionales, es frecuente ver un “Frente Popular de Judea” por cada “Frente Judaico Popular”… proyectos dispersos que no comparten su conocimiento.

Los clústeres pueden ser solución, pero requieren de más impulso y avances en contenidos concretos y dinámicas adecuadas. Las innovaciones se multiplican cuando ponemos en común recursos, talento y experiencia. Y las mejores soluciones surgen en las fronteras donde se cruzan disciplinas.

3. Porque la confundimos con el I+D

Tercer error: reducir innovación a I+D. La investigación y el desarrollo son cruciales, pero no bastan. El I+D ocurre en universidades, laboratorios y departamentos especializados; y es lineal: más recursos consumidos generarán más conocimiento… ahora bien, ¿es directamente aplicable en soluciones?

Innovar, en cambio, es un proceso no lineal de interacciones, iteraciones y cultura compartida. Puede incluso no requerir recursos adicionales si se aprovecha bien el conocimiento ya generado (gran parte del cual duerme en cajones).

Delegarla en un departamento es cómodo (“ellos se encargan”), pero mata su raíz: la convierte en un asunto técnico en vez de un ADN colectivo. Innovar de verdad supone que toda la organización (desde la dirección hasta la persona en primera línea) respire una actitud distinta frente al cambio.

4. Porque la confundimos con tecnología digital

Últimamente, la fiebre de la inteligencia artificial y el big data ha creado la ilusión de que digitalizar es innovar. No lo es. La tecnología es herramienta, poderosa y necesaria, pero nada más: un martillo no garantiza una buena casa.

De igual modo, comprar el último software no transforma una organización, sino su capacidad de imaginar para qué usarlo. Las empresas que sustituyen reflexión estratégica por compra de software están condenadas a fracasar.

5. Porque no exploramos, solo explotamos

El obstáculo más profundo: vivimos obsesionados con explotar mejor nuestra actividad. Durante décadas, las escuelas de negocio nos enseñaron a controlar resultados, reducir costes, ganar eficiencia… pero rara vez a explorar.

La explotación es necesaria, pero hoy ya no es suficiente. La exploración abre caminos inciertos, sin garantía de retorno inmediato, pero asegura el futuro. Sin embargo, todavía se percibe como un lujo.

La paradoja es evidente: pedimos a los jóvenes que sean innovadores, pero les ofrecemos un ecosistema en el que todo gira en torno al más de lo mismo. ¿Cómo atraer vocaciones si el mensaje real es que explorar “no compensa”?

El precio de no innovar

Escuchamos quejas diarias: proyectos europeos que no llegan, pymes con frenos para escalar, productividad estancada, burocracia asfixiante… muy legítimas. Pero tampoco nos deben impedir mirar también hacia dentro. Innovar no es una ayuda de Bruselas ni un software recién instalado. Es un cambio de mentalidad. Y ahí seguimos fallando.

Innovar es incómodo. Pero la comodidad es el mayor enemigo del futuro. Nuestro país y nuestra región tienen talento, conocimiento y empresas con potencial. Pero falta más valentía: estar dispuestos a ser cuestionados, colaborar, ir más allá del laboratorio, usar la tecnología con propósito y dedicar tiempo a explorar.

Las mejores oportunidades hoy están en la competitividad por valor. Si no aprendemos a practicarla, lo pagaremos todos. Por eso la pregunta ya no es “¿por qué nos cuesta tanto innovar?”, sino: ¿cuánto más estamos dispuestos a perder por no hacerlo?

El autor es consejero-asesor independiente