Hola personas, ¿qué? ¿Disfrutando?, no me extraña, yo también, disfrutando de estos deliciosos días que nos permiten pasear y gozar de la ciudad.

Esta semana he paseado por sitios ya paseados mil veces, pero, siguiendo mi teoría de que cada recorrido tiene mil lecturas diferentes y que se podrían escribir mil relatos distintos de cada camino, el miércoles me lancé a las céntricas calles que tantas veces he nombrado aquí, pero apliqué una variante, varié el punto de vista, esta vez el paseo lo he hecho con la cabeza hacia arriba y la mirada puesta en las fachadas, torres, balcones, placas, carteles, escudos y aleros de los edificios. He ido guardando en la memoria y en mi teléfono esos elementos que, exclusivamente decorativos unas veces, funcionales otras o narradores de algo en unas terceras, salpican la ciudad de puntos únicos que vale la pena conocer. Pasear con la mirada alta es fundamental para conocer un lugar.

Pero, antes de empezar, quiero hacer una rectificación. En el anterior ERP nombré el ultramarinos Urrizola de la plaza del Ayuntamiento, pero por error lo rebauticé como Urriza. Han sido muchos los que me han escrito para hacerme ver el fallo, lo cual significa que son muchos los que recuerdan el viejo colmado. Por mi parte les agradezco el apunte y aquí dejo la cosa subsanada.

Bien, y ahora a lo que estamos.

Salí de casa a media mañana, acompañado de un tibio sol de otoño y un moderado airecillo que refrescaba las ideas. Bajé por Paulino Caballero y nada más cruzar la Avenida de la Baja Navarra, cambié de acera para poder pasear con la mirada alta y ver la casa número 8, en cuya bajera nos atienden Cafés Moreno, y que toda la vida de Dios albergó Loysa, la tienda de ropa de hogar, telas y decoración. La casa tiene tres elementos únicos en la ciudad, la torre de su lado sur, los frisos de baldosas policromadas con motivos geométricos que la adornan, y en el centro del edificio un corte vertical, con colores, líneas y volutas que remata en lo alto con un mosaico del Sagrado Corazón, que no deja lugar a la duda de la fe que profesaba el arquitecto, o el dueño, que nada sé del asunto. Estos tres elementos son señas de identidad, pero el edificio en sí es una casa muy particular.

He doblado a mi izquierda por Arrieta para volverlo a hacer a la misma mano al llegar a Bergamín. Al cabo de esta acera encontré el segundo edificio que me hizo levantar la vista: el chalet de Goicoechea. Bonito palacete que Víctor Eusa diseñara para D. Sebastián Goicoechea en 1924. Son varios los elementos que esta casa ostenta por las alturas. Sobre la portada, de líneas clásicas academicistas, tiene dos simpáticos puttis que, desnudos y tumbados, flanquean un jarrón del cual unas guirnaldas de fruta caen en cascada, símbolo de la abundancia, abundancia que, sin duda, hizo falta para levantar semejante casa. Por los pisos más altos la decoración recurre al mosaico y le da color al conjunto. Cuatro torres octogonales, coronando las cuatro esquinas, lo rematan.

Seguí mi paseo y me adentré en lo viejo que es la zona de la ciudad que más elementos decorativos e informativos nos ofrece. Así, por ejemplo, llegué a la calle de San Nicolás y vi que en la fachada del número 21, en el edificio donde Cipriano tiene su prestigiosa pescadería, una placa de fuste e importancia nos indica que allí existió la casa en la que en marzo de 1844 nació Pablo Sarasate y Navascués, probablemente el pamplonés más internacional de todos los tiempos que, con su violín, llevó a Pamplona por todos los escenarios en los que triunfaba. Sigo adelante y llego a la plaza en la que se enseñorea la impresionante iglesia fortaleza del santo que da nombre al Nuevo Burgo. Antes de doblar por la calle San Miguel, entro unos metros en la de San Gregorio y veo la hornacina que alberga una escultura en piedra del santo Papa titular de esta castiza calle que solo tiene un santo, pero muchísimas “parroquias”.

Por la antigua belena, que hoy es calle de San Miguel, llego a la de San Antón. En ella, en una casa-palacio recién restaurada, encontramos una placa que nos explica como allí se curaban los peregrinos que portaban ergotismo, popularmente conocido como el mal del centeno, producido por un cornezuelo que se criaba en este cereal. Volví sobre mis pasos para llegar a la plaza del Consejo presidida por la imponente fachada del palacio del Conde de Guendulain, sobre cuyo portalón vemos la labra heráldica más impresionante de todo Pamplona. Sobre un fondo de elementos de carácter belicista, como lanzas, trompetas y banderas, enmarcados con rocallas y volutas y bajo una corona de marqués vemos dos escudos con forma arriñonada en donde figuran las armas de los Eslava, Berrio, Lasaga y Egiarreta, apellidos del primer marqués de la Real Defensa. Continúo por la noble calle de Zapatería y llego a la plaza del Ayuntamiento de la que salgo por San Saturnino para entrar en la calle Mayor. Aquí nos recibe la proa del palacio del Condestable que a babor tiene la calle Jarauta.

En su primera casa encontramos un edificio muy interesante cuya fachada no deja duda de lo que allí hubo. Un gran letrero de baldosas nos dice “Sociedad Tradicionalista” y bajo él, sobre un arco escarzano, vemos dos mitológicos grifos enfrentados. Continué por la calle Mayor y tras el poderío del Condestable llegué a la sencillez del letrero de la Droguería Ardanaz, coetáneo del centenario establecimiento. En la siguiente casa una pequeña hornacina da cobijo a un pequeño San Saturnino, patrón del burgo. Calle adelante llegamos al número 16 que presenta el escudo que a final del XVIII allí pusiera Pedro de Alcatarena, curioso personaje que fue alcalde durante la ocupación napoleónica y que al acabar la guerra hubo de dar cuentas ante los tribunales acusado de alta traición. Fue absuelto.

Frente a esta casa encontramos el palacio de Redín y Cruzat, con su gran escudo y una gran placa con una larga inscripción en latín que explica historias y avatares de la familia propietaria. Seguí mis pasos por la calle Mayor y en el 53 encontré un balcón preñado de flores, que decora su fachada con un mosaico de la Virgen y el Niño flanqueado por dos faroles y protegido por un tejadillo. Tras la impresionante fachada del palacio de Ezpeleta, antes de San Miguel de Aguayo, llegué al número 85 de dicha calle en donde una placa nos indica que allí el día 11 de septiembre de 1858 nació el cardenal Eustaquio Ilundain Esteban. Acabada la principal calle del viejo burgo, doblé a la derecha para entrar en la plaza de Recoletas que me recibió con una placa que nos indica que allí existió una “cocina gratuita” fundada por D. Simón Villanueva, párroco de San Lorenzo.

El espacio no da para más, pero se podría seguir largo y tendido.

Me duele el cuello de mirar para arriba.

Besos pa tos.

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