Atarrabia acogió este domingo una nueva edición del Nafarroa Oinez, una cita en el calendario que va más allá de ser la fiesta de las ikastolas para ser la fiesta del euskera. Un acto en el que cada año se visibiliza que hay miles de euskaldunes, pero también miles de euskaltzales. Izan bagara. Ser, somos. No es algo nuevo, pero conviene recordarlo en un día en el que la sociedad civil y las instituciones se unen en torno a un acto, pero en el que son precisamente las personas y su amor por el euskera, hablantes o no, los verdaderos y verdaderas protagonistas. Y todo ello en un ambiente festivo. Y reivindicativo.

Más allá de demandas en torno a la propia lengua, como el fin de la zonificación, lo más importante fue que el euskera sirvió de cauce para expresar y recoger los deseos de paz y convivencia. No solo en nuestra tierra sino en todo el mundo. Casi todos los intervinientes coincidieron en esa idea con los ojos puestos en Palestina, pero también en otros conflictos y realidades. Lo mismo se vio en el recorrido. Y lo hicieron en euskera. Desde el euskera. En la fiesta de esta lengua. El euskera fue un canal para un sentimiento muy amplio y extendido. Eso es lo más relevante de esta edición, en la que se confirma que este idioma está imbricado en el día a día de nuestra sociedad. Sin fronteras internas, ni externas. Y con la cultura y el deporte como buenos altavoces.

Desde la canción Bake Mina de Anne Etchegoyen, un canto a la paz, al discurso del presidente de la Federación de Ikastolas, el ex rojillo Oier Sanjurjo, al recordar el uso de esta lengua en el vestuario de Osasuna, donde coincidían tres jugadores de diferentes zonas de Navarra unidos por el euskera. Todo con naturalidad, dejando que la lengua fluya, sin barreras.