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Editorial

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Un indicio, pero no un cambio

Las derrotas electorales de los intereses del presidente Donald Trump en la jornada del martes dan muestra de que su control de la opinión pública y el respaldo a sus políticas distan de ser completos

Un indicio, pero no un cambioDaniel Torok

La victoria electoral de Donald Trump hace un año desató una serie de acontecimientos e iniciativas que rompieron con esquemas de estabilidad social, política, económica y geoestratégica. Durante este tiempo, ha sabido reforzar la imagen de un control absoluto del poder en su país y de una influencia incontestable en el exterior. Sin embargo, esa sensación de unilateralidad incontenible, que ha llevado a posiciones defensivas en muchos ámbitos de poder público –la Comisión Europea, sin ir más lejos–, sufrió el martes un sobresalto con la acumulación de derrotas electorales de sus candidatos o sus intereses en Nueva York, Nueva Jersey, California y Virginia.

No sería razonable interpretar que lo sucedido es el comienzo del declive del presidente estadounidense y de sus usos políticos, en tanto el efecto es relativo y limitado, pero sí deja constancia de que su estrategia de la amenaza y la coerción, de la criminalización del rival y del chantaje económico halla límites en la opinión pública de su propio país. Todo ello a un año de la importante cita de mitad de mandato, que implica la renovación del Congreso, de un tercio del Senado y de dos tercios de los gobernadores de los Estados.

En el pasado, esa cita se ha comportado como la auténtica medida de la evolución del criterio de la ciudadanía estadounidense y suele marcar una ruta difícilmente alterable en la segunda mitad del mandato presidencial, que se orienta habitualmente hacia la alternancia o la continuidad en función del resultado. La polarización que practica el ‘trumpismo’ ha jugado esta vez en su contra, reforzando discursos de abierta oposición y cuestionamiento de su figura y su política. No obstante, el panorama político está lejos del cambio.

Donald Trump conserva toda la capacidad de actuación del modelo presidencialista y se ha empeñado en desactivar por vía legal, judicial o por los hechos consumados, los mecanismos de freno y equilibrio a su gestión totalitaria. Su relato del poder sigue siendo amenazante para quien discrepe dentro y fuera de sus fronteras y conserva toda la capacidad de influencia mediante la red de intereses económicos y la adhesión del oligopolio tecnológico que le ofrecen los mecanismos de control de opinión que le llevaron a la Casa Blanca. Pero el voto popular ha abierto una grieta en su blindaje.