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Recursos humanos

Maite Pérez Larumbe

Egos

EgosPexels

Quedo con J. De primeras dice que solo café pero al momento accede sin esfuerzo aparente a compartir un trozo de bizcocho que luego partiré escrupulosamente por la mitad para no privarle de la conciencia de su ¿infracción? El médico le habló del colesterol y la edad, cada palo que aguante su vela, oye. Con ese pie, la convesación deriva hacia los viejos que probablemente llegaremos a ser. Los que llevamos tiempo construyendo, no creo que nos den una gran sorpresa. Luego volvemos al presente y de forma lateral J comenta algo sobre los egos de su ámbito.

¿Y?, me dirán. Pues que hasta ahí todo en orden, pero un par de horas después, S hace lo propio, mentar los egos, y si algo pasa dos veces así, sin intervención de mi voluntad, sin necesidad y sin que sea una cuestión de actualidad, lo interpreto como una llamada de atención.

Ni J ni S utilizan la palabra en sentido freudiano. No se refieren a esa instancia que gestiona la realidad interna y la externa con las que lidian ellos, usted y yo y todo chichifú, cada cual con las suyas. Ya se imaginan que se refieren al exceso de presencia, de percepción de la propia importancia, participación, infalibilidad, carisma, legado u otra circunstancia susceptible de ser sobrevalorada.

En casos extremos, las gentes sobradas llevan al desastre. Ejemplos hay mil. En los casos que nos ocupan, que son de andar por casa, estas inflamaciones que cursan sin fiebre (me hago una llamada: ver causas) son como perretes que van largos de correa y merodean las piernas ajenas, entorpecen la marcha, mordisquean los tobillos, ladran, gruñen. Incomodan en una escala que va de despertar sonrisas a provocar rebotes.

Recapitulando, la vieja que quiero ser quiere llevar el ego bien sujeto de casa.