Síguenos en redes sociales:

La vida se detuvo en Bataclan

La vida se detuvo en BataclanArchivo

Aparcada en la puerta de la sala Bataclan quedó hace diez años una bici. Allí estuvo, entre flores y escritos durante semanas. Nadie iba a ir a recogerla. Quien la llevó pedaleando hasta allí, pensando en cogerla al acabar el concierto y volver a casa, nunca pudo recogerla. Murió. Fue una víctima más de los ataques terroristas de aquel 13 de noviembre en varios puntos de París, que dejaron 130 muertos y más de 400 heridos.

Lo más duro se vivió en Bataclan, donde el grupo Eagles of Death Metal ofrecía un concierto. El horror se apoderó de la sala. La música se detuvo. La fiesta se volvió angustia. En su interior murieron 90 personas murieron y hubo cientos de heridos. Difícil olvidar la tragedia para las personas que estaban en la sala y para el resto del país. También para todos aquellos que estaban o paseaban por las inmediaciones de los locales atacados.

La vida cambia en un segundo. A veces cambia tanto que se transforma en muerte. Quisieron atacar aquello que más enorgullece a París y a los franceses, su Joie de vivre, esa manera de vivir, de disfrutar de cada momento con los pequeños placeres cotidianos como tomar algo con los amigos, ir a un concierto o pasear por las calles de París. La herida ha dejado huella, como siempre la deja el terrorismo y la barbarie. El tiempo pasa muy rápido. Pero los recuerdos y las sensaciones permanecen.

Estuve en la capital francesa pocos días después de aquellos atentados que fueron contra la esencia de la vida parisina. El ambiente de los cafés, las calles y una sala de fiestas que por desgracia se hizo famosa. El aire se sentía extraño, triste. No sólo porque había sucedo algo grave, sino porque podría volver a suceder en cualquier momento. Por algún lugar de París escuché una frase que describe perfectamente esa sensación: “Terror es cuando no sabes de donde viene el miedo”. Pero hablaba también de recuerdos. Los detalles son importantes.

Como esas bicicletas candadas a la puertas de la discoteca. Huérfanas. Abandonadas. Esperando por desgracia a un dueño o dueña que nunca iba a volver. Lo mismo que las llamadas de muchos familiares de las víctimas del 11 -S en Nueva York que sonaban entre los escombros de las torres gemelas sin respuesta posible. Y podríamos seguir. Pero creo que lo importante es trascender de los recuerdos personales a la memoria colectiva. Y como siempre, reivindicar el nunca más para nadie, en ningún lugar del mundo, por ninguna causa.