Lo que anhelamos, no se puede poseer. Lo que llegamos a poseer no es, desde luego, lo que anhelamos. Ni por asomo. Esa es la gran cuestión. Y no me refiero solo a la justicia. Eso pasa a todos los niveles. Tanto a nivel individual como colectivo. Y ha pasado siempre. En todo tipo de épocas y civilizaciones. Dicho de otro modo: la insatisfacción es un ingrediente indispensable de la fórmula de la vida. Y de la vida en sociedad, claro.

A mí, de hecho, más que insatisfacción, me sale llamarla insaciabilidad. Porque somos insaciables, Lutxo. No nos contentamos. Nunca nos conformaremos con nada, viejo amigo. Siempre lo veremos todo muy mejorable, le digo. En fin, estamos un lunes más ahí, en la terraza del Torino, viendo pasar la vida, Lutxo y yo, y de repente dice: Somos como hojas secas que el viento arrastra. Y sí, qué maravilla.

Lucho es un poeta, fijaos, ha dado en la tecla, una vez más. El juez Peinado, una hoja seca. El fiscal general, una hoja seca. Koldo, otra. Miguel Ángel Rodríguez, otra. Jordi Pujol, otra hoja seca más. La más seca de todas. Pero, vale, todos somos hojas secas caídas del árbol que el viento arrastra una tarde de otoño en una ciudad cualquiera, provinciana, a ser posible. Qué triste es todo. A mí me sacan ahora a Pujol en la tele, el que logró que la justicia se detuviera como una estatua de hielo en el umbral de la puerta de su casa, y yo me pongo triste y mucho más. No lo puedo evitar.

Me puedo llegar a deprimir. Pero ya lo decía Diógenes, el cínico, también llamado El Perro, cada vez que se lo preguntaban: Lo que anhelamos, no se puede poseer. Y no me refiero solo a la justicia, viejo gnomo, le digo. Y entonces me dice que Jordi Pujol ha hecho mucho bien a este país con su silencio. Y fijaos de nuevo, Lucho vuelve a tener razón. Qué importante y que bello es el silencio. Y qué estúpidamente lo rompemos una y otra vez, le digo. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.