La foto, en blanco y negro y grises, es del curso de hace 50 años. 43 chavales –tíos, claro– de doce o trece años de la misma clase –hasta 65 hubo en algunas aulas–, colocados estratégicamente en las escaleras de una zona del patio –todo seguridad–, con los más bajos en las filas de delante y los altos detrás, una catalogación por la estatura que daba siempre mucho juego, porque no había ni Corbalanes ni Tachenkos. Cuatro gafosos en el grupo, casi nada, pero eso sí que eran gafas. No había idumentaria para la ocasión, y sí un montón de cuadros, en camisas, jerseys y pantalones. También rombos –como los de la televisión–. Jerseys de cuello alto y cuellos de camisas con mucho pico, recuperados a veces por la modernidad. Algunos bien peinados, otros despeinados como siempre o con el flequillo peor que nunca a conciencia para la ocasión. Todos con zapatos, de esos que valen para todas las estaciones –las zapatillas de entonces eran de lona–.

Miradas obligadas al objetivo de la cámara y un montón de gestos que se rebelan contra la consigna de ser buenos chicos: muecas, bocas entreabiertas, manos donde no debían estar, dedos dibujando bromas sobre el cogote de algunos. Para ser una foto con muchos mandamientos del fotógrafo y de los profesores de la sotana –”no os mováis, no habléis, no hagáis el tonto, le voy a llamar a tu padre, te voy a dar”–, tampoco quedó tan mal.

La foto de esos críos de 1975 también muestra unos preadolescentes mucho más aniñados que los de con esa edad ahora. Todos delgados más que rellenitos, arreglados en casa y desarreglados fuera, una cuadrilla de cuidado a la que el final del franquismo les pilló haciendo trastadas pese a las amenazas. Y como corresponde a esa edad, sin tener mucha idea de lo que se cocía en casa, algunos con evidencias de vida más desahogada y la mayoría, chavales del montón de una generación con padres gobernados en una España reprimida y de represión, con un bulle bulle social imparable y palos, muchos, para quien sacaba la cabeza del montón.

Chicos felices, más o menos, en medio del vendaval y del ruido del cambio. Ninguno era tonto. Algunos que no habían nacido entonces son ahora nostálgicos de lo peor de aquellos tiempos. Y de la moda no es.